domingo, 23 de diciembre de 2007

O'Hara, una yapa

Este es el quinto poema de Frank O'Hara que traduje este año. Como siempre, mi versión es libre y tal vez algo imprecisa. De todos modos, creo que alcanza para apreciar la belleza que nos regala el buen Frank. Para ir cerrando el año, aquí va "To the Harbormaster".
Al jefe del puerto
Quería estar seguro de alcanzarte;
aunque mi barco iba hacia allá quedó
atrapado en unas amarras. Siempre estoy atando
y luego decidiendo partir. En las tormentas y
al caer la tarde, con los lazos metálicos de la marea
en torno de mis brazos inescrutables, soy incapaz de
explicar las formas de mi vanidad
o voy fuerte a barlovento con mi timón polaco
en mi mano y el sol que cae. A
vos te ofrezco mi quilla y las cuerdas maltrechas
de mi voluntad. Los terribles canales adonde
el viento me empuja contra lo labios marrones
de los juncos no están todos detrás de mí. Pero
confío en la salud de mi velero; y
si se hunde bien puede ser una respuesta
al razonamiento de las voces eternas,
las olas que no me han dejado alcanzarte
Frank O’Hara

domingo, 16 de diciembre de 2007

Y más...

Para Grace, después de una fiesta
No siempre sabés lo que siento.
Anoche, en el aire tibio de primavera yo estaba
fulminando mi diatriba sobre alguien que no
me interesa, era mi amor por vos lo que me
quemaba,
y no es raro? porque en habitaciones llenas de
extraños mis sentimientos más tiernos
se retuercen y
soportan del fruto del grito. Estirá tu mano,
¿no hay
de repente un cenicero ahí? junto
a la cama? Y alguien a quien amás entra en el cuarto
y dice
no querrías los huevos un poquito
diferentes hoy?
Y cuando llegan son
simplemente huevos revueltos y el calor
sigue
Frank O’Hara

martes, 27 de noviembre de 2007

Más de O'Hara

Según lo planeado
Después del primer vaso de vodka
uno puede aceptar casi cualquier cosa
de la vida incluso su propio misterio
uno piensa que está bueno que esta caja
de fósforos sea púrpura y marrón y se llame
La Petite y venga de Suecia
porque son palabras que uno conoce y es
todo lo que uno conoce palabras no sus sentimientos
o lo que significan y uno escribe porque
las conoce y no porque las entienda
porque no es así uno es estúpido y haragán
y nunca será grandioso pero uno hace
lo que conoce porque ¿qué otra cosa queda?
Frank O'Hara (1928-1968)

jueves, 1 de noviembre de 2007

Leña del árbol caído

Sí, a veces es indispensable hacer leña del árbol caído. Y aunque Sobisch no merece siquiera ser comparado con un árbol (ni con el más elemental de los líquenes), el dicho popular debe ser invertido en la actual situación post-electoral. Hace un par de noches, en una de esas insoportables mesas de opineitors que montaron todos los canales de televisión, el circunspecto Nelson Castro aconsejó magnanimidad en la victoria y humildad en la derrota. Ahora bien, esto sólo es posible en las novelas de caballería; en el mundo real, la magnanimidad del vencedor sólo se obtiene con la humillación voluntaria del derrotado. Y Sobisch, lo sabemos, no acostumbra a ser humilde y mucho menos a humillarse ante sus vencedores. Anteanoche, en un canal de cable, pasaron esa rara película alemana sobre los últimos días de Hitler: “La caída”. En una escena, Eva Braun (casi) le ruega al Fürher que no ejecute a un supuesto traidor-desertor (que, para más datos, es cuñado de Eva). Hitler no accede, por supuesto. Ella se atreve a preguntarle por qué. Y él responde, con un grito desde lo profundo: “Porque es mi voluntad”. Sobisch está hecho del mismo material. Los resultados electorales no le harán mella, como no le hacían mella a Hitler los partes de guerra que le mostraban que Berlín estaba en ruinas. Para ambos, Hitler y Sobisch (nietzscheanos a fin y al cabo), lo único que importa (lo único que existe) es la voluntad de poder.
No voy a negar que por un ratito, en la madrugada del lunes, sentí algo así como una leve alegría cuando supe que Sobisch no había alcanzado ni siquiera el 2 por ciento de los votos a nivel nacional. También tuve un efímero consuelo estadístico al ver que en su propia provincia, Neuquén, había arañado apenas al 20 por ciento (y sus mejores desempeños habían sido en los departamentos más pobres y rurales). Era bueno saber que el 80 por ciento de los neuquinos y el 98 por ciento de los argentinos no habían votado al asesino de Carlos Fuentealba. Tampoco pude reprimir un par de insultos a la pantalla de mi tele cuando vi su jeta y escuché sus balbuceos atragantados e inconexos (me hizo acordar al insufrible Jim Carrey en “Mentiroso, mentiroso”. Si no la vieron, mejor; es una porquería). Más tarde, cerca de las 3 de la mañana, me permití otra ligera sonrisa cuando se confirmó que el opaquísimo José Brillo, recontra-alcachuete de Sobisch, había perdido en las elecciones municipales de Neuquén. En medio de tanta malaria, la doble derrota de Sobisch merecía ser gozada, aunque sea por unos instantes, que es el tiempo que dura el optimismo del corazón.
El pesimismo de la razón, en cambio, es más obstinado. A contrapelo de lo que andan diciendo los comentaristas de los medios de incomunicación antisocial de nuestra comarca, estoy convencido de que Sobisch no está acabado. La razón de fondo es la que expuse más arriba: a él sólo le basta con la voluntad de poder; la derrota no es parte de su (elemental) vocabulario. Ahora bien, como me lo hicieron notar en las últimas horas, las estadísticas también pueden ser leídas a favor del ya casi ex gobernador. No es poca cosa que haya cosechado casi 300 mil votos en todo el país (con el 74 por ciento de las mesas escrutadas) y que sólo en la provincia de Buenos Aires haya obtenido más de 100 mil votos. No es menos impactante que el misérrimo 20 por ciento provincial se traduzca, en términos absolutos, en 50 mil votos (la mitad del padrón del Movimiento Popular Neuquino). Es cierto que Sobisch esperaba orillar el millón de sufragios, pero 300 mil no son pocos para un proyecto de inspiración y metas fascistas. ¡Imaginen nomás a Sobisch multiplicado por 300 mil! Por eso, pensar que está definitivamente derrotado, no sólo es ingenuo sino también suicida. Decir que Sobisch “ya fue” es una forma irresponsable de decir que ya no hace falta ajustar cuentas con este criminal, es una aviesa invitación al olvido, es pedir magnanimidad ante el vencido.
Decir que Sobisch “ya fue” también significa minimizar la continuidad que implica la futura gobernación de Jorge Augusto Sapag. Quizás para el diario Río Negro las cosas vayan a ser totalmente distintas, por el solo hecho de que recuperará su jugosa cuota de publicidad oficial (y esto es un mundo de diferencia para las finanzas de la empresa periodística). Pero ¿cuál es la diferencia sustancial entre Sobish y Sapag? A mi juicio, ninguna, absolutamente ninguna. No es difícil explicarlo. El Estado es, por definición, sustancialmente, un aparato represivo al servicio de la clase dominante (y de sí mismo). Y hasta donde me alcanza la memoria, tanto Jorge Sapag como Jorge Sobisch no trepidan en exhibir esta sustancia cuando lo creen necesario. La represión en el Ruca Che fue ordenada por Sapag, la represión en la Ruta 7 contra el movimiento anti-peaje, también fue ordenada por Sapag (cabe añadir que esta heroica acción policial fue paradigmática por su brutalidad: no se hizo contra dirigentes y militantes sindicales más o menos curtidos en las calles y las rutas, no; la ira del Estado se descargó contra una multitud de vecinos y vecinas, niños y niñas, sin miramiento alguno). Para quienes no lo recuerdan, también es preciso tener presente que la huelga docente del año 2003 se dilató durante semanas porque quien se negó al diálogo no fue otro que Jorge Sapag (quien ahora se presenta como el más dialoguista de los dialoguistas). Finalmente, y esto es un pedido de ayuda: ¿alguien me puede pasar el dato preciso del día en que Sapag repudió y condenó a Sobisch por haber mandado a matar a Fuentealba?
A esta altura, me pregunto de qué coños me alegraba en la madrugada del lunes. Está bien; no hay que privarse de pequeñas alegrías, pero la realidad suele ser oscuramente terca. Y cuando uno observa no sólo la derrota de Sobisch sino también quiénes fueron los vencedores, es inevitable sentir un escalofrío hasta el huesito dulce. Siguiendo con cosas sustanciales; es indudable que Kristina, reina esteparia que nos habla como si fuésemos una manada de idiotas, tampoco tiene dudas a la hora de echar sus jaurías sobre las protestas sociales. Las suaves caricias de los gendarmes y los funcionarios de acelerador fácil son sus armas favoritas (y ya que le gusta compararse con Hillary, no está de más recordar que la esposa de Bill Clinton, no objetó los bombazos de su marido sobre Sudán, Irak, todos los rincones de los Balcanes y Mónica Lewinsky). De Carrió sólo diré una cosa: como ella se negó a hablar del caso Fuentealba, le aplico aquello de que “el que calla otorga”. ¡Y qué decir del intendente electo de Neuquén, el radical-K Martín Farizano y sus siete boletas colectoras! Aunque sus asesores de campaña se hayan esforzado por recalcar que Brillo era el heredero de Sobisch, conviene no olvidar que Farizano es el heredero de Horacio Quiroga, socio y aliado de Sobisch en las buenas y en las malas, un aliado confiable. ¿O ya se habían olvidado? Tal vez, la campaña electoral que ponía el acento en la conexión Brillo-Sobisch haya sido, a mismo tiempo, un astuto juego de manos para ocultar el evidente vínculo Sobisch-Quiroga-Farizano (1). Porque, de nuevo con lo esencial, Pechi Quiroga es un cuadro del establishment, que tampoco condenó (ni condenará) el asesinato de Carlos y que está más que dispuesto a escarmentar a quienes tengan la osadía de protestar. En definitiva, como dicen los pibes, “tamo en el horno”.
Pero no tanto. Como decía al principio, hay hacer leña del árbol caído, impedir que vuelva a brotar. Por más que Sobisch no lo admita (no pueda admitirlo) salió golpeado de esta elección. No le será fácil combinar su voluntad de poder y esas casi 300 mil voluntades que lo votaron. Y mucho menos sin tener control discrecional de los recursos del Estado a partir del 11 de diciembre. Su cólera es síntoma de debilidad, y es muy probable que quiera llevarse todo puesto antes de terminar su gestión. Es un predador herido y, por eso mismo, peligrosísimo. Ya advirtió que nunca se retirará de la arena política; y le creo. Ha logrado instalarse, aunque con magros resultados todavía, como una alternativa de mano ultra-dura, como un as en la manga de los intereses que, por el momento, parecen no necesitar sus sanguinarios servicios. Insisto: pensar que Sobisch “ya fue”, que sus días en la política han terminado, es suicida. Así las cosas, resulta indispensable exigir una vez más, y otra vez, y otra vez, que el fiscal y el juez del caso Fuentealba se sacudan la modorra, pierdan el miedo y dejen de proteger a Sobisch. Es indispensable no darle tregua, impedir que se escabulla; es indispensable comprender que Sapag y su MPN filo-K no son diferentes, ni son diferentes los que dicen ser diferentes. Es preciso hacer leña del árbol caído, aplastar el huevo de la serpiente.
(1) No objeto, en principio, la táctica basada en la idea de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Pero uno de los problemas de aliarse con el quiroguismo radica precisamente en suponer que Quiroga y el quiroguismo son enemigos de Sobisch y el sobischismo. Sobran evidencias de que esta presunción es insanablemente falsa.

miércoles, 24 de octubre de 2007

Otro de O'Hara

A un amigo le gustó mucho el poema de Frank O’Hara que publiqué hace unas semanas. Le dije que seguiría ensayando algunas traducciones, ya que hay muy pocas en la web. Aquí va mi versión (libre, por supuesto) de “Morning”.
De mañana
Tengo que decirte
cuánto te amo siempre
lo pienso en grises
mañanas con muerte
en mi boca el té
nunca está bien caliente
entonces y el cigarrillo
seco la bata marrón
me da frío te necesito
y miro por la ventana
la nieve silenciosa
Por la noche en el muelle
los colectivos brillan
como nubes y me siento solo
pensando en flautas
Te extraño siempre
cuando voy a la playa
la arena está mojada con
lágrimas que parecen mías
aunque yo nunca sollozo
y te tengo en mi
corazón con un muy real
humor del que estarías orgullosa
el estacionamiento está
lleno y estoy parado
haciendo sonar las llaves el auto
está vacío como una bicicleta
qué estás haciendo ahora
dónde comiste tu
almuerzo y había
muchas anchoas
es difícil pensar
en vos sin mí en la
frase me deprime
cuando estás sola
Anoche las estrellas
eran numerosas y hoy
la nieve es su tarjeta de visita
no seré cordial
no hay nada que
me distraiga la música
es apenas un crucigrama
sabés cómo es
cuando sos la única
pasajera si hay un
lugar más allá de mí
te ruego que no vayas
Frank O’Hara (1928-1968)

martes, 9 de octubre de 2007

Carta al fiscal Richard Trincheri

Es evidente que los expedientes te molestan, te fastidian, te resultan insoportables. Estamos de acuerdo: la verdad no puede depender de un expediente, por lindo y prolijito que sea. A mí también me hartan los papeles, los papeleos, los papelones y las papeleras. Tal vez tengas razón cuando proponés una reforma que consagre el principio “dentro del juicio, todo; fuera del juicio, nada”. Sin embargo, Richard, hasta que tus colegas de la corporación judicial y los legisladores se dignen a seguir tus sabios consejos, no tenés más remedio que soportar el expediente. Y más aun, tenés la obligación de armar un buen expediente, uno que se parezca a la verdad. Pero me da la sensación de que, por lo menos en el caso del asesinato de Carlos Fuentealba, te dejaste llevar por tu aversión al teclado, al papel tamaño oficio y los clips de colores. Intentando curarme el insomnio, se me ocurrió leer detalladamente el requerimiento que le hiciste al juez hace un par de meses. Me había llegado por los diarios algo de lo que habías escrito, pero nunca imaginé que hubieses sido tan, digamos, desprolijo para fundamentar el pedido de indagatoria a Pascuarelli, Salazar y los otros sicarios del régimen del bigote asesino. Vayamos por partes, o por fojas.
Imputarles al ex subsecretario de Seguridad, Raúl Pascuarelli y al ex jefe de Policía, Carlos Salazar, una mera “negligencia” contraría el más puro sentido común. Y lo que es más grave todavía, esta acusación los exime alegremente de su responsabilidad como actores que premeditaron minuciosamente la represión, siguiendo las explícitas órdenes del gobernador ciento por ciento (¡si hasta los jefes policiales admiten que la orden vino de Sobisch!). Como dije en otro artículo que publiqué en este mismo blog (“El Carancho”), no hace falta encontrar órdenes escritas, con membrete, sello y autógrafo; alcanza con revisar las declaraciones de estos funcionarios y del propio gobernador para constatar que aquí no hubo negligencia, que hubo órdenes bien claras, que todo se hizo según lo previsto, que se habían sopesado “consecuencias muchísimo más difíciles” (Sobisch dixit). Pero como descartás de antemano cualquier premeditación, cualquier plan represivo, te contentás con la negligencia.
Otra de tus clamorosas “desprolijidades” se advierte cuando decís que el procedimiento policial fue dispuesto “aparentemente” para impedir el corte de ruta decidido por ATEN. ¿Por qué “aparentemente”? Hasta un tonto sabe que los grupos especiales de la policía no fueron a Arroyito a cazar lechuzas con sus Itakas. Vos mismo decís que el operativo, después de haber “logrado el fin que se pretendía cumplir”, derivó en represión. De esto se sigue que el “aparentemente” es una calificación demasiado generosa para el gobierno provincial, una calificación que deja abierta infinitas ventanas para que Sobisch se escape. Además, es curioso que vos entiendas que la represión comenzó recién después de haber cumplido sus fines, esto es, despejar la ruta, como si los primeros gases y balas no hubiesen sido parte de la represión.
También es sorprendente (o no tanto) que digas que dicho procedimiento “devino en un desmesurado, descontrolado y anárquico operativo de represión policial”. Las palabras, lo sabés, nunca son inocentes, y mucho menos en un expediente. Detengámonos en “devenir”. Según el diccionario de la Real Academia, como verbo, “devenir” significa “sobrevenir, suceder, acaecer, llegar a ser”. Como sustantivo significa “la realidad entendida como proceso o cambio que a veces se opone a ser” o “proceso mediante el cual algo se hace o llega a ser”. No voy a demorarme en las distintas interpretaciones del devenir en la historia de la filosofía, pero debo recordarte que, por lo general, quienes hacen del devenir el centro de sus especulaciones tienden a negar cualquier tipo de agencia humana; en otras palabras, los filósofos del devenir piensan que las cosas devienen por sus propias cualidades sin intervención de decisiones humanas. Así, según tu filosofía, la represión devino porque sí, porque estaba inscripta en la naturaleza de las cosas, como deviene un ventarrón en el desierto en una tarde de sol. Entonces, si el operativo “devino” en represión, según tus palabras, Sobisch, Pascuarelli, Salazar y todos los demás no tuvieron nada que ver.
Veamos ahora tus adjetivos predilectos: “desmesurado, descontrolado y anárquico”. Este trío de palabras mueve al asombro. En primer lugar, decir que un operativo de represión fue “desmesurado” supone la posibilidad de una represión “mesurada”. ¿Es posible que un fiscal como vos, elogiado por su independencia por el diario Río Negro, ignore que toda represión, para ser tal, debe ser “desmesurada”? En segundo lugar, y he aquí el meollo de la cuestión, decir que la represión en Arrroyito fue “descontrolada” es el camino más directo para exculpar a Sobisch, Pascuarelli, Salazar y todos los demás. Me pregunto: ¿por qué no recurriste aquí ese ambiguo “aparentemente” que no tuviste empacho en utilizar respecto de los fines del operativo? ¿Por qué afirmás sin más vueltas que el operativo fue descontrolado? ¿Por qué no decís que fue “aparentemente descontrolado”? Las consecuencias del adjetivo “descontrolado” son atroces: vos mismo, como fiscal, te abstenés de suponer que hubo orden de reprimir hasta matar, clausurás convenientemente todo un universo de posibilidades, dejás todo en manos del devenir y el frenesí de un carnicero profesional como el cabo Darío Poblete, autor del tiro que mató a Fuentealba. ¿Y qué decir de lo “anárquico” del operativo? Esto es, como diría Borges, apenas un énfasis, que refuerza tu argumento de que todo fue meramente un problema de descontrol.
Si todo esto no bastara para ilustrar la blandura de tu acusación, cuando describís la tercera fase de la represión, la cacería en la ruta, no trepidás en sostener que fue “irracional” y que “los comportamientos negligentes que se reprochan [tuvieron] directa relación causal con la muerte registrada, en tanto constituyeron una circunstancia que evidentemente incrementó el riesgo más allá del límite razonable permitido para que se produjeran afectaciones a los bienes jurídicos”. ¿Por qué irracional y no fríamente calculada? ¿Cuál es la medida de la racionalidad? Al decir que fue “irracional”, nuevamente, estás excusando a los autores, como si fuesen simples dementes que se excedieron en sus funciones o que dejaron de hacer lo que debían. Tanto el “exceso” como la “negligencia” son calificaciones a todas luces insatisfactorias. Más aún, según tu argumento acusador, la negligencia de Pascuarelli y sus secuaces sólo tuvo “directa relación causal” en tanto aumentó el riesgo más allá de lo razonable. Es llamativo que la única vez que hablás de “causalidad” lo hagas en relación con la edulcorada negligencia. ¿No hay acaso causalidad directa entre la orden del gobernador y las órdenes que, con toda seguridad, se dieron durante el operativo de represión? Si no encontraste órdenes escritas, esto no significa que no hubo órdenes. De nuevo: ¿por qué suponer que el operativo se salió de control y no suponer que, en realidad todo estuvo bajo control, en todo momento? ¿Qué evidencia tenés para eliminar la hipótesis de que la represión haya sido perfectamente concebida para acabar tal como acabó?
Sigamos un poco más con tus bonitos adjetivos. Cuando hablás de los episodios inmediatos al asesinato de Fuentealba, decís que la represión fue “descomunal e injustificada”. Según el diccionario de la RAE, “descomunal” significa “extraordinario, monstruoso, enorme, muy distante de lo común en su línea”. ¿Fue realmente así? No lo creo; los antecedentes de la policía neuquina permiten afirmar todo lo contrario; para los herederos del fusilador Staub lo extraordinario, monstruoso, enorme y distante de lo común es la norma, no la excepción. Parece que te olvidaste de Cutral Co y el asesinato de Teresa Rodríguez, por sólo mencionar una de las muchas monstruosidades que son la norma en Neuquén; parece que no escuchaste que el actual jefe de policía dijo que Pobrete era un “referente” de la institución. ¿Injustificada? ¿Injustificada para quién? Se nota que no mirás la tele ni leés los diarios, porque Sobisch se ocupó de “justificar” la represión y el asesinato de Carlos Fuentealba. Hay justificaciones que en sí mismas son un crimen, ¿no? Pero al decir que fue “injustificada” le sacás del sayo a Sobisch, y todo vuelve al vaporoso mundo del devenir, donde las cosas ocurren por arte de magia, donde no hay intenciones, ni causas eficientes, ni nada.
En una de esas tenés suerte y te agradecen estas acusaciones (y omisiones) aprobando tu pliego de camarista en la Legislatura. Así, te habrás sacado de encima un problema y volverás a luchar contra los fatigosos expedientes. Mientras tanto, si querés refutarme con hechos, bien podrías añadir nuevas acusaciones, ampliar y precisar tus fundamentos y, sobre todo, requerir que Sobisch preste declaración testimonial. Algunos andan apurándose y exigiendo que pidas su indagatoria. Pero eso sería un error gravísimo, lo sabés. En la testimonial, el bigote no podría negarse a declarar y, al menos formalmente, tendría la obligación de decir la verdad, bajo juramento. Después, si querés, podrías imputarlo y llamarlo a indagatoria (¿o me equivoco?). ¿Qué te impide solicitar estas simples medidas procesales? ¿Qué estás esperando? ¡Ah, ya sé!; estás esperando que todo devenga naturalmente, porque las cosas fluyen así porque sí; todo deviene, nada es; no hay verdad, sólo hay opinión; no hay sujetos, apenas meros títeres de fuerzas incontrolables. ¡Pucha que habías sido posmoderno!
Fernando Lizárraga, 9 de octubre de 2007
***
Postdata (11 de octubre). Me han hecho llegar la siguiente observación: si Sobisch fuese llamado como testigo, ya no podría ser imputado puesto que sus dichos no podrían ser usados en su contra. Es decir; si como testigo Sobisch dijera: "Yo ordené matar a Fuentealba", según la objeción de marras, no puede ser procesado en esta causa; debe inciarse otra causa en la cual sus dichos como testigo no podrán ser usados como prueba. Absurdo, ¿no? (pero la ley suele se absurda). Con todo, y a pesar de las declaraciones de los jefes policiales que reconocen que hubo una reunión en la que Sobisch dio las órdenes represivas, ¡ni siquiera se lo ha llamado como testigo!

jueves, 4 de octubre de 2007

Para Carlos Fuentealba

Y la muerte no tendrá señorío
Por Dylan Thomas (1933)

Y la muerte no tendrá señorío.
Desnudos los muertos se habrán confundido
con el hombre del viento y la luna poniente;
cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios,
tendrán estrellas a sus codos y a sus pies;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo,
aunque los amantes se pierdan quedará el amor;
y la muerte no tendrá señorío.
Y la muerte no tendrá señorío.
Bajo las ondulaciones del mar
los que yacen tendidos no morirán aterrados;
retorciéndose en el potro cuando los nervios ceden,
amarrados a una cuerda, aún no se romperán;
la fe en sus manos se partirá en dos,
y los penetrarán los daños unicornes;
rotos todos los cabos ya no crujirán más;
y la muerte no tendrá señorío.
Y la muerte no tendrá señorío.
Aunque las gaviotas no vuelvan a cantar en sus oídos
ni las olas estallen ruidosas en las costas;
aunque no broten flores donde antes brotaron ni levanten
ya más la cabeza al golpe de lluvia;
aunque estén locos y muertos como clavos,
las cabezas de los cadáveres martillearán margaritas;
estallarán al sol hasta que el sol estalle,
y la muerte no tendrá señorío.

lunes, 24 de septiembre de 2007

Ana y el dinosaurio

Hay buenos motivos para sostener que la ex rectora de la Universidad Nacional del Comahue y vice-gobernadora electa, Ana Pechen, tiene estrechas relaciones con el mundo de los dinosaurios.
Su “desembarco” en la UNCo, gestado, promovido y concretado por el extinto ministro ultra-sobischista, Jorge Gorosito, se asemejó al impacto de ese asteroide que, según dicen los que saben, acabó con la mayor parte de los dinos hace unos 65 millones de años. Dicho en criollo: al cabo de cuatro años de gobierno, Ana dejó una universidad al borde de la extinción. Algún lector sutil dirá que la metáfora es inapropiada porque, en rigor, Pechen fue la más devota protectora de los dinosaurios de la universidad. Como sea, Ana tiene algo que ver con estos bichos.
Otra visible relación de Ana con los dinosaurios es su alianza explícita con la familia Sapag. Nadie olvida que en sus últimos estertores, el sector “amarillo” del MPN, liderado por el eterno don Fe, adoptó un dinosaurio como símbolo de campaña (ignorando, acaso, que justamente “dinosaurios” era el apodo que se le daba por aquellos años a la corrupta cúpula del PRI mexicano). Y aunque Jorge Sapag, compañero de fórmula de Ana, tomó cierta distancia de los dinos familiares, sigue siendo astilla del mismo palo (o espécimen del mismo linaje).
La reciente foto de una exultante Ana junto al “gordo” Hugo Moyano es otra señal inequívoca de la afición de la vice por los “lagartos terribles”, especialmente los predadores.
Será por todo esto que ahora Ana también tiene dinosaurio propio. Sí, un dinosaurio de por aquí nomás lleva el apellido de Ana. Hagan la prueba: en Google escriban Muyelensaurus pecheni, y después me cuentan.
O mejor les cuento ahora. En poco tiempo más se publicará en la revista especializada brasileña Arquivos do Museu Nacional un artículo titulado “Muyelensaurus pecheni. Un nuevo saurópodo titanosáurido del Cretácico Tardío de Neuquén”. Se trata de una bestia que pertenece a un género y una especie nuevos, según lo indica (en jerga científica que omitimos) el título del artículo.
Los autores del paper son los paleontólogos Jorge Calvo, Juan Porfiri y Bernardo González-Riga, miembros del Proyecto Dino, una iniciativa científico-turística de la UNCo instalada a orillas del lago Los Barreales (http://www.proyectodino.com.ar/). La escueta información que aparece en Internet no permite conocer el o los motivos semejante homenaje a la Dra. Pechen. Pero es bastante común que los paleontólogos usen los nombres de sus benefactores cuando se trata de designar una nueva especie. Por ejemplo, el titanosaurio Futalongkosaurus dukei, recientemente descripto por estos mismos autores y hallado en este mismo yacimiento, lleva inscripto un reconocimiento al financiamiento otorgado por la empresa Duke Energy, operadora de la central hidroeléctrica de Planicie Banderita y de la central térmica Alto Valle.
En fin, Ana no puede quejarse: hizo su trabajo en la UNCo, llegó a la vicegobernación y ahora tiene la inmortalidad asegurada en el nombre de un dinosaurio bien popular y bien neuquino.

martes, 18 de septiembre de 2007

Tomar una coca con vos

Hace unos años me regalaron A people's history of the United States, un librazo de Howard Zinn. En el señalador, había un poema de Frank O'Hara. Estuve releyendo a Zinn y me detuve, por primera vez, en el poema de O'Hara. Y me gustó, y decidí traducirlo. No soy de leer poesía; no la entiendo (no sé si hay que entenderla). Como sea, aquí van los versos de O'Hara, poeta neoyorkino (1926-1966), experto en artes plásticas (como podrán apreciar). Si hubiese podido hallar una traducción en la web, les habría ahorrado la mía, que es apenas un ejercicio bastante precario y tal vez antojadizo. Ah, el formato del blog no me deja acomodar bien los versos, así que quedará como blogspot mande...
***
Tomar una coca con vos es incluso más divertido que ir a San Sebastián, Irun, Hendaya, Biarritz, Bayona
o sentir náuseas en la Travesera de Gracia en Barcelona
un poco porque en tu camisa naranja te parecés a un San Sebastián mejor y más feliz
un poco porque te amo, un poco por tu amor al yogur
un poco por los fluorescentes tulipanes naranjas alrededor de los abedules
un poco por el secreto de nuestras sonrisas frente a la gente y las estatuas
es difícil creer cuando estoy con vos que puede haber algo tan rígido
tan solemne tan desagradablemente definitivo como las estatuas cuando justo frente a ellas
en la cálida luz de Nueva York a las 4 en punto vamos y venimos
entre unos y otros como un árbol que respira a través de sus adornos
y parece que no hay ningún rostro en la muestra de retratos, sólo pintura
de golpe te preguntás por qué diablos alguien los hizo
Te miro
y prefiero mirarte a vos antes que a todos los retratos del mundo
excepto, posiblemente, El Jinete Polaco, de vez en cuando, que de todos modos está en el Frick
que gracias a dios todavía no visitaste así podemos ir juntos por primera vez
y el hecho de que te muevas con tanta belleza de algún modo se ocupa del Futurismo
del mismo modo que en casa nunca pienso en el Desnudo bajando una escalera o
cuando ensayo en uno de esos dibujos de Leonardo o Miguel Ángel que solían asombrarme
y de qué les sirve a los impresionistas toda la investigación que se hace sobre ellos
cuando no tuvieron a la persona indicada parada junto al árbol al caer el sol
o lo mismo con Marino Marini cuando no hizo el jinete tan cuidadosamente como el caballo
parece que a todos se nos escamotea alguna experiencia maravillosa
pero yo no voy a dejarla pasar y es por eso que te digo todo esto.
Frank O'Hara (1960)

miércoles, 29 de agosto de 2007

Orwellianas

“El que controla el pasado -decía el slogan del Partido-, controla también el futuro. El que controla el presente, controla el pasado”. Y, sin embargo, el pasado, alterable por su misma naturaleza, nunca había sido alterado. Todo lo que ahora era verdad, había sido verdad eternamente y lo seguiría siendo. Era muy sencillo. Lo único que se necesitaba era una interminable serie de victorias que cada persona debía lograr sobre su propia memoria. A esto le llamaban “control de la realidad”. Pero en neolengua había una palabra especial para ello: doblepensar. (George Orwell, 1984).
***
Cero coma cinco por ciento de inflación, ocho coma cinco de desempleo, nueve coma cinco de desempleo contando los beneficiarios de planes sociales, cuarenta y cinco mil millones dólares de reservas, seis por ciento del producto bruto para educación, en los noventa sólo estuvieron Macri, Menem y todos sus secuaces, nosotros estábamos en otra galaxia, los piqueteros volvieron de la ruta al barrio (y nadie escribió un libro), nunca hubo piqueteros en esta comarca, el neoliberalismo ya fue, no hay nada a nuestra izquierda, Aníbal y Alberto no tienen bigote, a Varizat se le rompió el cable del embrague, el pan cuesta dos con cincuenta, los chinos pagarán nuestra deuda externa, somos duros con el fondo y pagamos al contado, la desigualdad aumentó pero esto es lo normal, los gordos siempre fueron buenos muchachos, aquí no pasó nada, está todo bien y va a estar aun mejor cuando Kristina sea presidenta.
Néstor Kirchner ha logrado un prodigio sólo imaginado por el insomne de Orwell; ha instaurado el más perfecto “control de la realidad” o, lo que es lo mismo, ha inculcado el doblepensar en buena parte de la sociedad argentina. Por lo menos, doblepiensan los sectores bien pensantes y, fundamentalmente, doblepiensa con fervor la intelligentsia del Partido Interior. El Frente para la Victoria es el Partido Interior orwelliano. El nombre no es casual. Uno no puede dejar de estremecerse al recorrer las páginas de la distopía de Orwell y advertir que los miembros del Partido Interior viven en las Casas de la Victoria, toman Café de la Victoria, matan el hambre y el frío con Ginebra de la Victoria y fuman repugnantes Cigarrillos de la Victoria.
La Victoria -es decir, el poder- es el único fin que persigue el Partido Interior K. Es curioso, casi nadie ha reparado en este detalle. Tal vez, como ya nadie se fija en los nombres de los partidos -que suelen premeditarse en oficinas de marketing-, este parece ser un nombre inocente. Pero nada es inocente en nuestra Oceanía. La antigua técnica de ocultar mostrando tiene aquí un ejemplo fascinante. El nombre lo dice todo: el Partido Interior trabaja para la victoria, para una victoria eterna y hereditaria. Lo único que importa es la victoria, el poder por el poder mismo.
La Victoria (Niké) era una diosa con alas. No recuerdo bien dónde, quiénes, ni por qué, pero me parece haber leído por ahí (y si recuerdo mal no importa; la historia es buena de todos modos) que una ciudad griega (Atenas, tal vez) decidió romper las alas de sus diosas de mármol para que la Victoria se quedara siempre allí. Supongo que Atenea, sabia y celosa, debió haberse enojado mucho. Una victoria perpetua no sólo es pavorosa; también es imposible. Perdón por esta digresión; volvamos a Oceanía.
Orwell definía al Partido Interior como el “cerebro del Estado”; así se simple. Por eso, el Partido Interior K se nutre de una enorme legión de intelectuales que, en tiempos menemistas (ese horrible pasado que debe ser reescrito día a día), eran los principales voceros de las luchas emancipatorias. Con honrosas y escasísimas excepciones, los mismos que hace unos años clamaban por la revolución y deploraban a garganta llena los estragos del capitalismo neoliberal, ahora elogian sin ruborizarse las supuestas victorias K, como, por ejemplo, haber pagado la deuda con el Fondo en dólares contantes y sonantes, hasta el último cobre. Los mismos que condenaban a los intelectuales que se pasaron al menemismo, ahora hacen propaganda K sin que se les mueva un pelo.
Escritores, periodistas, comunicadores, charlatanes, cómicos, músicos, teatristas, profesores, investigadores, locutores, saltimbanquis, animadores, todos hacen su parte para controlar el presente, corregir el pasado y asegurarle al Partido Interior un futuro igual al presente. Aquí nunca hubo deuda externa ilegítima, semejante cosa nunca estuvo en discusión; ya no hay deuda externa. En esta república nunca hubo algo llamado Alianza; todos los males que la clarividencia del Gran Hermano ha enmendado tuvieron su origen, desarrollo y paroxismo en los años 1990. Ningún miembro del Partido Interior jamás militó en las filas de los abominables gobernantes de los años ’90. Los registros se han perdido; mejor dicho, nunca hubo tal cosa. Nadie estuvo allí, excepto unos pocos y putrefactos supervivientes.
En la república K, todos -o la gran mayoría- han logrado esa “interminable serie de victorias” sobre su propia memoria. Los que hace unos años reivindicaban el socialismo y la lucha armada, ya no están; o mejor dicho; sí están, son los mismos pero son otros. Los que cortaban rutas y bramaban contra el capitalismo de ayer y de siempre, han vuelto a sus casas o han estrenado cómodas oficinas o calientan escaños en alguna legislatura. Los que escribían virulentas críticas al orden neo-conservador, ahora se esfuerzan para cantar loas al Partido Interior K y al Gran Hermano. No experimentan contradicción alguna; han aprendido a doblepensar.
Basta echar una mirada a las estadísticas de Ministerio de la Verdad (ex Indec) para comprobar que este presente feliz principia con el triunfo del Partido Interior. Por alguna curiosa razón, que no puede atribuirse a una cuestión de método, la fecha de corte para ilustrar los cambios en el desempleo es mayo del 2003, el momento de la primera (y definitiva victoria). Y el año en que comienzan todas las desgracias es 1990. No hace falta ser un experto para ver cómo se mueve la curva de desempleo en los dos gráficos que nos ofrece el Ministerio Veraz. En el primer gráfico, la línea sube y sube, desde 1990 hasta el 2002 (mayo del 2002). Luego, en el cuadro siguiente, la línea baja y baja, desde mayo del 2003. No hay duda: la felicidad y el desempleo de un dígito es obra del Gran Hermano. (Seguramente, algún renegado -que será reeducado o vaporizado a su debido tiempo- observará que, en rigor, la curva comienza a declinar en el 2002; pero es un detalle sin importancia y pronto también será rectificado).
Hay también un Ministerio del Amor en este Sur alucinante. Como el de Oceanía, el de aquí nomás pincha teléfonos, difama a diestra y especialmente a siniestra, organiza rabiosas sesiones de odio desde el Salón Blanco y palcos prolijamente estudiados, encarcela a los que se atreven a sospechar de la verdad del Partido y a denunciarla, expulsa de sus cátedras a los disidentes, vigila, controla, coopta, castiga. La “Operación Comán”, como le dicen, fue una perfecta combinación de esfuerzos entre el Ministerio de la Verdad y el Ministerio del Amor. Hace unos años, cuando a Scioli le mostraban cuatro dedos, él decía que ahí había cuatro dedos; cómo dudarlo. Ahora, cree -sinceramente- que cuando le muestran cuatro dedos lo que él ve son cinco, y que esta es la pura verdad, porque así lo manda el Gran Hermano.
En la neolengua K, pasado se dice “años ‘90”; presente se dice “nosotros”. Se ha eliminado convenientemente cualquier palabra que aluda al futuro, porque para eso ya está “nosotros”. En neolengua K, capitalismo se dice “normalidad”; “burguesía autóctona” se dice “empresarios nacionales”; “trabajadores” se dice “nuestros gordos”; “corrupción” se dice “asuntos privados”; “ladrillo con guita” se dice “me la prestó mi hermano”; “valija con verdes” se dice “no lo conocemos”; “jamás” se dice “justicia social”; represión se dice “orden”, “violentos” se dice “los otros”; “pensar” se dice “Sí, señor presidente”.
***
Winston no pudo evitar un escalofrío de pánico. Era absurdo, ya que escribir aquellas palabras no era más peligroso que el acto inicial de abrir un diario; pero, por un instante, estuvo tentado de romper las páginas ya escritas y abandonar su propósito. Sin embargo, no lo hizo, porque sabía que era inútil. El hecho de escribir ABAJO EL GRAN HERMANO o no escribirlo, era completamente igual. Seguir con el diario o renunciar a escribirlo, venía a ser lo mismo. La Policía del Pensamiento lo descubriría de todas maneras. Winston había cometido -seguiría habiendo cometido aunque no hubiera llegado a posar la pluma sobre el papel- el crimen esencial que contenía en sí todos los demás. El crimental (crimen mental), como lo llamaban. El crimental no podía ocultarse durante mucho tiempo… (George Orwell, 1984).
Fernando Lizárraga, 29 de agosto de 2007.

miércoles, 22 de agosto de 2007

El Carancho te condena

A veces, muchas veces, como nos lo ha enseñado el ingenioso Conan Doyle, las pruebas de un asesinato están a la vista. Son tan pero tan evidentes que escapan a la mirada de los más experimentados investigadores, detectives y fiscales. Y también es cierto (porque nos lo enseña la sabiduría popular) que el pez por la boca muere. A más de cuatro meses del asesinato de Carlos Fuentealba, y mientras la justicia neuquina parece dormir una siesta interminable, las pruebas que señalan al autor intelectual del crimen están ahí, como lo estuvieron desde las primeras horas.
Por lo que sabemos a través de los medios de comunicación, el fiscal no ha encontrado órdenes escritas sobre el operativo policial que culminó en el fusilamiento de Carlos. Si alguna vez las hubo, es probable que hayan sido destruidas. Porque así como la policía se tomó varios días para señalar al autor del disparo mortal, también tuvo todo el tiempo del mundo para destruir evidencia comprometedora para las autoridades de la provincia. Más aun, en los últimos días se ha dicho que los grupos especiales de la policía (expresamente prohibidos por la Constitución Provincial) tienen cierta autonomía a la hora de reprimir y que, por lo tanto, su accionar no requiere órdenes detalladas por parte de los funcionarios políticos.
Sin embargo, basta releer los extractos de las conferencias de prensa que dieron el gobernador Jorge Sobisch y el entonces subsecretario de Seguridad, Raúl Pascuarelli, para observar que el operativo fue montado con la sola intención de reprimir la protesta docente. Fue, sin más vueltas, una auténtica encerrona concebida para acabar tal como acabó: con un asesinato a sangre fría.
La cuestión es bastante simple. Tanto Sobisch como Pascuarelli, en las mencionadas conferencias de prensa, brindadas cuando Carlos Fuentealba aún agonizaba, dijeron saber que los maestros tenían la intención de cortar la Ruta 22 en Arroyito para bloquear el flujo turístico de Semana Santa. No podían ignorarlo; había sido una decisión tomada públicamente por el sindicato docente. Por eso, el gobierno provincial ordenó preparar un camino alternativo que partía desde el paraje conocido como puente El Carancho, ubicado a unos diez kilómetros de Arroyito. Y El Carancho importa.
Para quienes no conocen la zona, conviene intentar una descripción que permita formarse una imagen de la escena del crimen. A unos 40 kilómetros de Neuquén, rumbo al sudoeste, está la ciudad de Senillosa, sobre la Ruta 22. Siempre hacia el sur y por la misma ruta, a unos quince kilómetros, está el paraje llamado Arroyito. En este punto hay un puente que cruza sobre un canal de riego y un conjunto de edificaciones (estación de servicio, hotel, etc.). Un poco más adelante está la rotonda donde confluyen las rutas 22 y 237, desde donde se accede a los principales centros turísticos del sur de la provincia de Neuquén. Ahora bien; entre Senillosa y Arroyito, está el puente de El Carancho (es un pequeño puente sobre una alcantarilla) y desde aquí parten varios caminos rurales hacia ambos lados de la ruta.
Volvamos ahora a los hechos. Al ser consultado sobre cuál había sido la orden que le dio a la policía, Sobisch dijo: “Es muy simple la orden; nosotros trabajamos la noche anterior haciendo un camino de circunvalación que pasaba doblando hacia la izquierda como si fuéramos para el sur de la provincia y ese camino de circunvalación iba a estar habilitado en tanto y en cuanto no se cortara el puente de Arroyito. Cuando se inició la negociación en la ruta, las directivas muy precisas eran que se informara que si se apostaban podían cortar la ruta pero, en el puente El Carancho. Ellos podían cortar la ruta. No había ningún problema, pero que nos dieran la posibilidad de tener un camino de acceso, porque ya los ánimos estaban demasiado caldeados y podríamos tener enfrentamientos entre civiles, entre personas que querían circular por la ruta”.
Por su parte, Pascuarelli dijo: “En el día de ayer [3 de abril] se había preparado un camino alternativo para poder derivar el tránsito, porque se sabía que podría haber un corte de la ruta 22 frente a la estación de servicio en Arroyito. Se había elaborado para derivar el tránsito liviano, que entraría por Senillosa y que tendría salida por el puente denominado El Carancho”.
Ahora bien, la pregunta del millón es la siguiente: si el gobierno conocía dónde sería el corte, si estaba dispuesto a permitirlo en El Carancho y si se había tomado la molestia de trazar una ruta alternativa, entonces ¿por qué apostó la policía en Arroyito y no en El Carancho?; ¿por qué permitió que los manifestantes llegaran a Arroyito para recién allí decirles que debían retornar hasta El Carancho? Sobisch dijo: “La directiva que yo le había dado a la Policía era que trataran de convencerlos, que no tenemos problemas que corten la ruta, que corten la ruta, en Añelo ya está cortada, lo único que pedíamos, es que nos dejen liberado un acceso, porque si no las consecuencias podían ser muchísimo más difíciles. Como todos saben, no hubo acuerdo sobre la ruta y pasó lo que todos conocen”. A su turno, Pascuarelli había dicho: “La policía se constituyó en el lugar [Arroyito] en horas tempranas y en base a lo que prevé la ley 2081 dispuso un operativo para tratar de evitar el corte de ruta en ese lugar. Muchos aceptaron la propuesta y se fueron hasta el puente, otros no se pusieron de acuerdo y esto dio lugar a que la policía tuviera que actuar”.
No hace falta ser un genio para darse cuenta de que los relatos de Sobisch y de Pascuarelli revelan que había un deliberado plan para matar. Sobisch reconoce que las supuestas directivas de “convencer” a los manifestantes eran anteriores al corte en Arroyito y que ya estaban previstas “consecuencias muchísimo más difíciles” en caso de los maestros no cedieran ante la persuasiva verba de los jefes policiales. Pascuarelli lo dice aun más crudamente: la policía fue a Arroyito para evitar el corte en ese lugar, de lo cual se desprende que nunca se contempló la más obvia medida de apostar la policía en El Carancho. Para decirlo con toda simplicidad: si el corte se hacía en El Carancho, no habría represión (era un corte permitido), pero si se hacía en Arroyito, la cosa sería diferente con “consecuencias muchísimo más difíciles”, Sobisch dixit. La pregunta persiste: ¿por qué la policía esperó a los manifestantes en Arroyito? La respuesta es contundente: porque el gobierno de Sobisch quería reprimir.
Alguien podría decir que todo fue un error de los jefes policiales, que a nadie se le ocurrió que lo lógico era poner a la policía en El Carancho. Este argumento, que atenuaría la responsabilidad homicida de Sobisch, no tiene mucho asidero a la luz de las propias palabras del propio gobernador y del ex subsecretario de Seguridad. Ellos valoraron todas las alternativas posibles, planificaron meticulosamente cada paso y optaron claramente por la represión. Se supone que la responsabilidad de Sobisch como gobernante radicaba en evitar “consecuencias muchísimo más difíciles” y no en propiciarlas; él fue el principal ideólogo de la encerrona de Arroyito y por eso es tanto o más responsable que aquel que ‘jaló el gatillo’.
Fernando Lizárraga.
Neuquén, 20 de agosto de 2007.

lunes, 20 de agosto de 2007

El Paraíso (fragmento)

Franz Kafka
La expulsión del Paraíso debe ser, según su significado principal, eterna. En consecuencia, la expulsión del Paraíso es final, y la vida en este mundo inapelable, pero la naturaleza eterna del evento (o, para expresarlo en términos de temporalidad, la repetición eterna del evento), hace posible que no sólo podamos estar viviendo continuamente en el Paraíso, sino que en la práctica estemos en él permanentemente, sin que tenga la menor importancia el hecho de que sepamos o no que nos encontramos en el Paraíso.
Vivimos en pecado no sólo porque comimos del Árbol del Conocimiento, sino porque aún no hemos comido del Árbol de la Vida. El estado en que nos encontramos es de pecado, más allá de que seamos o no seamos culpables.
Estábamos destinados a vivir en el Paraíso, y el Paraíso estaba hecho para nosotros. Nuestro destino fue alterado; pero no podemos estar seguros de que lo mismo haya ocurrido con el destino del Paraíso.
Y si bien fuimos expulsados del Paraíso, el Paraíso no fue destruido. De algún modo, nuestra expulsión del Paraíso fue un golpe de suerte, porque en caso de que nosotros no hubiéramos sido expulsados, se debería haber destruido al Paraíso.

viernes, 3 de agosto de 2007

Los mensajeros (de Franz Kafka)

Se les ofreció elegir entre convertirse en reyes o mensajeros de los reyes. Como niños, todos quisieron ser mensajeros. Por lo tanto, sólo hay mensajeros que recorren velozmente el mundo, gritándose unos a otros mensajes que ya no tienen sentido, puesto que no hay reyes. Les gustaría poner fin a sus miserables vidas, pero no se animan a causa de sus juramentos de servicio. Traducción de Fernando Lizárraga

miércoles, 18 de julio de 2007

La obsesión por el traidor (Patología del trotskismo y otras vanguardias afines)

[El artículo que copio a continuación circuló primero por correo electrónico y pocos días después fue publicado en la edición digital del Periódico (8300), el 20 de abril de 2007. Escrito durante las jornadas decisivas de la huelga docente de Neuquén, un par de semanas después del asesinato del compañero Carlos Fuentealba, constituye una pieza que trasciende aquella coyuntura particular. Su autor, Bruno Galli, es profe de Historia, militante del sindicato docente de Neuquén (ATEN) y, como podrán comprobar, un agudo e implacable polemista].
La obsesión por el traidor (Patología del trotskismo y otras vanguardias afines)
Por Bruno Galli
A diferencia de muchos, nosotros no creemos ni en los burócratas ni en los traidores, aunque sí en las brujas. Y que en Aten las hay, las hay. Por eso no da para que en cada lucha tengamos que escuchar 10 acusaciones de traición por segundo, como si el gremio fuese un criadero de vampiros que engordan merced a las escuálidas ubres de las maestras. ¿Qué mal les aqueja a los “compañeros” de los partidos de izquierda y otras agrupaciones? ¿Podrán revisar ciertos prejuicios sin incurrir en pecado de revisionismo? ¿Asumirán una crítica sin vivirla como un trauma similar al que supone una conversión religiosa? No somos optimistas. Con ellos es difícil debatir en serio: discutir, incorporar, refutar, aprendiendo del otro e intercambiando opiniones divergentes sin necesidad de tildar al otro de “reformista” o “forro de la burocracia”. Igual esperamos se inicie una reflexión con el fin de abandonar ciertas prácticas que conspiran contra sus intereses, que en algunos casos son también los nuestros. Pero si ello no fuera posible, y si acaso primase la esterilidad, queda el testimonio de que un sector, compuesto por dos militantes, por lo menos se lo hizo saber.
Tener la conducción de un sindicato puede ser un buen negocio muy rentable. De hecho, la gran parte de ellos son organismos putrefactos, que sólo sirven para enriquecer a sus dirigentes o son usados como trampolín político para algún futuro puesto político que los una. En la mayoría de ellos no hay oradores, ni asambleas, ni distintas listas, ni seccionales de ideologías diversas, ni críticas a la conducción, ni dirigentes que luego de cumplir su mandato vuelvan a laburar. Y ni siquiera se vota un plan de lucha porque rara vez lo hay. Si de casualidad hay paro, lo decreta el dirigente por celular, lo anuncia por los medios de comunicación, lo garantizan sus matones, y al que no le gusta palo y a la bolsa. La huelga se termina cuando el capo mafia arregla con la patronal en cuestión. Y después todos callados a laburar como si nada hubiera pasado. En estos sindicatos la izquierda no suele tener cabida, y si de ojete tiene a un militante infiltrado, éste suele ocultar su filiación política por temor al inmediato despido o las trompadas, más veloces aún que cualquier telegrama.
Si bien es cierto que en Aten se incurre en algunas detestables maniobras (sobre todo a la hora de presentar las mociones y en el recuento de los votos) que éstos y otros eventuales gestos burocráticos existan no nos habilita a hacer extensiva la calificación a todo el gremio ni a su conducción, mucho menos si se los compara con el resto de las burocracias sindicales que hemos descrito más arriba. De hecho no existe organización puramente democrática. Y es por eso que un balance debe ser ecuánime, tomando la totalidad de los elementos y no juzgando jamás en abstracto. Y prueba de en Aten la cosa no es tan grave es el hecho de que buena parte del progresismo y la izquierda vernácula terminen, de una u otra manera, participando allí. Sí, en Aten se puede participar.
Tan es así que podemos enumerar ciertos rasgos que son propios de este sindicato, como su predisposición a la lucha, sus vínculos con organizaciones hermanas, la permanente combatividad de su militancia, su nutrido activismo con recambio generacional, su democracia interna o su constante oposición a los gobiernos de turno. Y a pesar de esas infundadas acusaciones de corporativismo (¿qué gremio no es corporativo?) también es cierto que Aten no se preocupa únicamente por las cuestiones salariales y económicas sino que es un sindicato con marcado carácter político: abarca las cuestiones educativas generales pero también interviene en otros campos (2302, derechos humanos o reforma constitucional, por citar algunos ejemplos).
Pero si es extensa la lista con las virtudes atenienses, hoy sin embargo queremos destacar otra cosa que también define al sindicato, y es que Aten posee una gran base de maestras y profesores que, afiliados o no, se sienten representados por su organización. Y tan representados se sienten que participan en ella, que son la organización. Pues si hay algo que el gobierno, los medios de comunicación y la sociedad neuquina finalmente admitieron es que, en este punto, el gremio docente es distinto a los otros sindicatos burocráticos que pululan por ahí.
Lo entendieron todos, todos menos la izquierda. Y es que la diestra no ve que cuando se habla de ATEN se hace alusión a todos los docentes, o por lo menos a gran parte de ellos. Cuando se oye que ATEN corta las rutas o que ATEN llama al paro se está haciendo mención a los docentes en general. Tan es así que gran parte de la sociedad neuquina repudia a los docentes en su conjunto y no únicamente a sus gremialistas. En el imaginario social son todos los docentes los que son vagos, faltadores, usadores compulsivos de licencias, zurdos y que más encima cobran bien. Y en algunos casos tienen razón. Ladran Sancho, señal que traicionamos
Un fantasma recorre Neuquén, es el fantasma de la traición. ¿A qué se debe esta histeria colectiva que amedrenta a buena parte del activismo neuquino? Varias son las razones. Desmenucemos sólo algunas.
1) En la lógica binaria de la izquierda, todo aquel que no siga la política x del partido revolucionario x está boicoteando, frenando o traicionando la lucha. Esto sucede porque ellos (el partido x) se ven a sí mismos como los únicos que encarnan la verdadera política revolucionaria. Ellos son la revolución. El resto de la sociedad se divide entre dos clases de enemigos: burgueses y burócratas, ambos en constante contubernio para engañar y frenar el empuje emancipatorio de la sociedad. Reza la sentencia: “La sociedad quiere pelear, el tema es que tiene direcciones traidoras que la frenan”.
Y fíjese usted cómo funciona la misma lógica pero en el caso contrario: Cuando efectivamente las bases luchan al ritmo de las conducciones son éstas últimas las que son arrastradas por el deseo irrefrenable de aquellas. Las bases les arrancan el paro a las dirigencias, las obligan a luchar, pero nunca jamás es al contrario, nunca son las dirigencias las que movilizan a las bases, pues admitir ello implicaría aceptar que puedan haber direcciones realmente combativas por fuera de su organización. Y eso, para la izquierda, es inadmisible. Por ello es que siempre piensan que los dirigentes de Aten traicionan a las bases aunque la realidad desmienta tal postulado: en Aten son las direcciones combativas y el gran activismo que se nuclea en torno a ellas las que movilizan al conjunto de los docentes. Rara vez es a la inversa.
Pero no, no hay caso. De hecho, la izquierda tiene preparadas las acusaciones de traición, incluso antes de que aparezcan las traiciones. Es que si hay algo que le sirve a la izquierda ése algo son los traidores. Sin traidores se queda sin razón de ser, desaparece, no puede intervenir políticamente. ¿Por qué? Porque si no hay traidores no hay motivo que explique que las masas no salgan a luchar. Si no hay traidores tampoco hay excusa para que las masas no se sumen a sus partidos. El traidor cumple así una doble función: por un lado los consuela de la efectiva apatía de la sociedad, por el otro, les oculta sus propias impotencias y fracasos ante ella. Por supuesto que en esta lógica jamás cabe pensar que la gente no quiera luchar permanentemente, que no quiera la revolución que ellos quieren y que no los quiere a ellos tampoco. ¿Por qué?
2) Porque en este enfoque simplista y cargado de voluntarismo, la izquierda cree que las bases son natural y ontológicamente revolucionarias. Nacieron para luchar contra el sistema y la burguesía, pero algo se los impide: la burocracia, el estalinismo y los socialdemócratas, en suma, los traidores. Esa es la única razón que explica que una maestra no quiera voltear a Sobisch para imponer las demandas de toda la clase trabajadora. De esta manera, falsean la realidad cuando le adjudican deseos e intenciones políticas a unas bases que no las tienen: los docentes quieren aumento salarial, además quieren voltear a Sobisch, e inconscientemente quieren el socialismo, lo que sucede es que al no saberlo, son las propias conducciones burocráticas las que obturan ese deseo, retrasan la toma de conciencia y frenan cualquier acción tendiente a ese fin.
Jamás verá la izquierda que a veces son las propias bases las que no quieren pelear, o que no quieren ir tan al “fondo”.Y menos podrá entender que amplios sectores del activismo, la militancia o la vanguardia tampoco quieran ir más allá (ese destino que, ellos dicen, objetivamente las circunstancias demandan). Cuando eso sucede, y las bases o el activismo se “frena”, o se cansa, o simplemente no quiere, entonces hay traición o capitulación. Hasta tirar a Sobisch no paramos, y el que no nos sigue nos traiciona.
Pero dadas así las cosas, el reconocer que las bases no son ontológicamente revolucionarias y que la culpa no es exclusiva de las direcciones, implicaría asumir además otra situación profundamente desmoralizante para el militante: conllevaría aceptar que hay razones más profundas que explican esta situación pasiva de la sociedad que no quiere tirar a Sobisch y que éste no es tan débil como parece, y que entonces la solución a ello supone políticas más complejas (quizás a largo plazo) que las simples arengas para luchar en el momento. Admitir esto también conllevaría renegar de esa abstracción típica de la izquierda que dice que el problema de la revolución es puramente subjetivo, o que es, para decirlo en su jerga, la crisis de su dirección revolucionaria. Implicaría, por ejemplo, responderse por qué siempre las bases docentes aceptan “sumisamente” las políticas moderadas de las conducciones o por qué tienen esas conducciones traidoras y no intentan sacárselas de encima siendo que constantemente van en contra de su espíritu de lucha.
O por qué se burocratizan las organizaciones o qué mecanismos genera la sociedad para favorecer y alentar el surgimiento de las burocracias. Concretamente, por qué la sociedad neuquina “tolera” al MPN desde hace más de 40 años. En fin, desterrar ciertos dogmas nos enfrenta al problema de resolver problemas para los que no tenemos respuestas rápidas, y mucho menos acciones.
3) Una cosa más. Para que dejen de tratarnos como boludos no está de más recordar que es esta misma lógica la que subestima la capacidad de reflexión de las bases toda vez que siempre se dejan frenar, engañar y traicionar por los burócratas sindicales que las conducen. ¿Quién quiere gente así, tan sumisa y obediente, que al primer grito o maniobra de un burócrata abandona la lucha y se va a dormir a su casa? Sucede que en el fondo, las organizaciones de izquierda sostienen la misma concepción de las masas que tiene la burguesía: la de que el pueblo es un rebaño de ovejas, y debe seguir siéndolo.
En el sistema capitalista, es rebaño para su propia explotación. En una situación revolucionaria, para su liberación. Pero siempre dirigida, guiada previamente desde afuera, nunca reconociendo que una emancipación debe ser obra de los mismos sometidos. ¿Y esa concepción que subestima a las bases acaso no es el germen de la burocracia? Sí también es burocracia. Paradojas: El fantasma del traidor se alimenta más cuando la política de esos partidos y agrupaciones no tiene aceptación en las bases. Y resulta claro que más fácil es adjudicarle el fracaso a un tercero que asumir la esterilidad de las políticas propias.
4) Otro axioma que atraviesa todas las acusaciones de traición: la asimetría real que existe entre los intereses de un sindicato y los de un partido revolucionario. Llega un momento en donde profundizar la lucha para un gremio significa cosas distintas que para una organización revolucionaria. Los gremios (y sus afiliados) pueden no querer voltear al gobierno e instaurar una asamblea constituyente, sino conseguir mejoras parciales (económicas y políticas). Los gremios, en este sentido, siempre serán vistos por la izquierda como organizaciones reformistas, corporativas, transitorias, limitadas, que quedan truncas a la hora de los bifes.
Pero esto se debe a que la izquierda misma concibe a los sindicatos únicamente como medios para conseguir sus fines superiores, fines que sólo pueden ser verdaderamente alcanzados a través del propio partido. Exacerbado narcisismo. Deseos y objetivos diferentes definitivamente no podrán ser armonizados. Entonces debiéramos reconocer que la izquierda puede luchar mancomunadamente con los sindicatos, pero sólo hasta un cierto punto. Tarde o temprano llegará la inevitable bifurcación: luego el partido será sacralizado arguyendo de que es el único que aspira a la política grande. Así fue escrito, así será. ¿Y por casa cómo andamos?
Dejemos de lado el problema de la propia burocratización de los partidos de izquierda que siempre tienen a los mismos dirigentes y que sus bases acatan la política como si de mandamientos se tratara. Obviemos este detalle y preguntémonos: ¿Por qué la figura del burócrata se troca tan rápidamente por la del traidor? Porque el traidor opera como el referente negativo que todo militante de izquierda requiere para su conformación como tal. A la izquierda le urge la figura del traidor incluso más que la del chancho burgués. En el traidor se depositan los odios y la causa de todos los fracasos. Él es el responsable de todos los males. Y esta imperiosa presencia se evidencia en el hecho de que resulte tan caro hablar de esto con los compañeros, justamente porque repensar la figura del burócrata o del traidor hace entrar en crisis toda una construcción (intelectual y emotiva) que buena parte de la militancia sostiene férreamente. El traidor es el combustible que nos permite seguir actuando, y a la vez oficia como un velo que oculta nuestra impotencia.
Así, es Aten (traidor y burócrata) el que no quiso tirar a Sobisch, y para nada se interpela por la responsabilidad de la sociedad entera, que nuevamente ocupará el sitio de engañada y frenada en sus deseos, siempre revolucionaria por naturaleza, pero nuevamente traicionada. “¡Ahí está Aten, nuevamente traicionando, negociando con la sangre del compañero!” Con argumentos morales y emotivos, la izquierda hace lo que ni el propio gobierno se atrevió a hacer: Cargar el muerto sobre la espalda del sindicato. La lógica del traidor sigue vigente. Y por supuesto que la traición y los traidores ya habían sido denunciados previamente. Y esa suprema claridad sirve como argumento adicional para sumar militantes. “¡Viste que era verdad que había traidores! ¡Ya te lo habíamos avisado y vos no me querías creer!” Desde el principio habían estado esperando que la burocracia asomara, cuando por fin aparece y una vez que la ven actuando, entre la bronca y el regocijo, se preparan para el gran momento: se confirman los pronósticos, ha llegado el momento del combate, para eso estuvimos preparándonos, es hora de salir a diferenciarnos y jugar el rol histórico para el que hemos sido llamados. Esos son los momentos críticos en los que peligra el sindicato. Mire cómo son las cosas. Tan entusiasmados estaban con la huelga general y tanto odian a la burocracia de ATEN, sin embargo durante esta larga huelga a ninguno de ellos se les ocurrió probar con un sencillo experimento: ir a volantear a las petroleras, a los taxistas, a las obras en construcción, a los empleados de comercio, a los barrios del Oeste. Pero volantear en serio, quedándose a charlar, insistiendo, explicando pacientemente a los trabajadores que había que echar a Sobisch para imponer nuestras demandas, y todo eso.
Si la dirigencia de Aten no quería hacerlo, tendrían que haber sido ellos los encargados de hacer el llamamiento popular a la insurrección. ¿Por qué no lo hicieron? ¿Qué hubiera sucedido? Nada. O mucho. Primero habrían conocido a la verdadera burocracia sindical, y en más de algún lugar los hubieran corrido a patadas. Segundo, habrían corroborado la apatía del movimiento obrero, y habrían tomado conciencia de que las masas no querían tirar a Sobisch, que muchos trabajadores cobran un buen salario y que con eso les alcanza. Y por último, como frutilla del postre, se habrían desayunado que buena parte de la gente tampoco simpatiza con la causa docente.
Resumen: Habrían cotejado lo lejos que está la población de algo así como una huelga general o una pueblada, certificando la eficacia del neoliberalismo y de 40 años de MPN, de redes de punteros y subsidios, medios de comunicación, etc., etc. ¿Será por todo esto que no fueron? ¿Será por eso que prefieren descargar sus impotencias sobre la “burocracia” de Aten?
La Gallina de los ovarios de oro
Lamentablemente este discurso de la burocracia y los traidores ha prendido en buena parte de la militancia y de los docentes en general. Incluso en los compañeros de la llamada “base”. Este discurso lleva inevitablemente al debilitamiento del gremio. Y uno les dice a los compañeros que un gremio débil y dividido no le conviene a nadie. Pero últimamente también hay que poner en duda eso. Y es que justamente por esta misma lógica sectaria, narcisista y antidemocrática, a la izquierda, a veces, le resulta indiferente el resultado final de un conflicto, o que el gremio docente reviente en mil pedazos. Siempre que a cambio de esto integren unos cuantos militantes a sus filas, grupo al cual ya habrán santificado con el rótulo de lo mejor de la vanguardia docente. A pesar de una derrota y un gremio desmovilizado, desde esta óptica, si lo mejor de la vanguardia se integra al partido, resulta de ello que el proceso revolucionario general habrá sido positivo, ya que ellos son y serán el motor del proceso revolucionario. Importa poco que sea a costas de fracasos, rupturas, desmovilización o bolsillos vacíos. Lo importante es el partido.
Pero para nosotros, que también somos militantes, el resultado de este conflicto no nos es indiferente. A nosotros sí nos sale caro que ellos crean que son la encarnación viviente de la emancipación de toda la especie, un anticipo de ella, su fuerza motora y los portavoces de un destino necesario. A nosotros sí nos sale caro, y tenemos que evitarlo a toda costa. Porque nosotros sí sabemos del rol absolutamente progresivo que juegan los gremios como Aten, que a pesar de no ser “revolucionarios” no por ello son burocráticos. Para nosotros Aten no es la fuente de todos los males ni el segundo enemigo después del enemigo.
Tenemos entonces que reflexionar. Porque la izquierda no valora en su justa medida el gremio docente neuquino. No ve que es uno de los sectores más combativos del país, que es vanguardia de luchas políticas, económicas e ideológicas. Que fomenta la conciencia de clase en sus afiliados, que también es un gremio de izquierda, pero sumamente vital, en donde conviven distintas tendencias y que es gracias a las luchas docentes que la izquierda alcanza un mínimo protagonismo. Y por supuesto, también pensar que si acaso el gremio tiene estos rasgos algo también se deberá a sus conducciones “traidoras” y “reformistas”.
Aten es uno de los núcleos de la lucha neuquina y fue vanguardia política en infinidad de oportunidades. Durante mucho tiempo fue un oasis en el desierto neoliberal. Su aporte a la cultura de la izquierda argentina todavía no ha sido estudiado en profundidad. Poco falta para que sea valorado en su justa medida. Pero la ceguera y el narcisismo, las frustraciones trasladadas en el otro y el sectarismo patológico de algunos pueden llegar a generar un efecto contrario al buscado.
Por arrogarse el monopolio de la lucha, quizás el peor mal que pueda cometer la izquierda es constituirse en un freno para ésta. De seguir así terminará dilapidando una gran fuente de riquezas, de la que ni siquiera tiene noción. Si seguimos por este camino ya de nada servirán que en un futuro no muy lejano se oigan, como quejidos melancólicos, las tardías autocríticas de quienes juran y perjuran que no eran concientes de estar asesinando a la gallina de los huevos de oro.

martes, 17 de julio de 2007

El silencio de las sirenas

Franz Kafka
Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:
Para protegerse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones más fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con alegría inocente.
Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.
En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas, les hizo olvidar toda canción. Ulises (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él estaba a salvo.
Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.
Y ellas, más hermosas que nunca, se estiraban, se contoneaban. Desplegaban sus húmedas cabelleras al viento, abrían sus garras acariciando la roca. Ya no pretendían seducir, tan sólo querían atrapar por un momento más el fulgor de los grandes ojos de Ulises.
Si las sirenas hubieran tenido conciencia, habrían desaparecido aquel día. Pero ellas permanecieron y Ulises escapó.
La tradición añade un comentario a la historia. Se dice que Ulises era tan astuto, tan ladino, que incluso los dioses del destino eran incapaces de penetrar en su fuero interno. Por más que esto sea inconcebible para la mente humana, tal vez Ulises supo del silencio de las sirenas y tan sólo representó tamaña farsa para ellas y para los dioses, en cierta manera a modo de escudo.
Extraído de Biblioteca Digital Ciudad, www.ciudadseva.com

domingo, 15 de julio de 2007

Patagónicos y lombrosianos*

Adolfo Torres andaba masticando bronca. Después de tomar unas copas de caña, dio un hondo suspiro y salió a caminar sin rumbo. En una de las desiertas calles del pueblo vio a un jinete; era el hijo del hombre que tiempo atrás le había dado a Torres una paliza feroz. Se acercó y le pidió que lo llevara en ancas. El jinete fingió no haberlo oído, y siguió su camino tranquilamente, al paso. Torres le ofreció un cigarrillo. El jinete miró para otro lado. Un poco más adelante, la cincha del caballo se aflojó. El jinete desmontó para acomodar el recado. Torres, que lo seguía a pocos metros, apuró el paso mientras sentía un incontenible deseo de matar. Sacó un cuchillo que llevaba en la cintura, tomó al jinete por los cabellos, y le atravesó la garganta. Cuando vio que estaba bien muerto se alejó caminando, sosegado como la siesta. Tiró el puñal en la calle y se fue a la casa de unos conocidos. Al día siguiente les contó lo que había hecho. Luego lo arrestaron.
Corría el año 1905, en Neuquén. Apenas unos meses atrás, la ciudad había sido ungida como capital territorial. Joaquín V. González, por entonces ministro del Interior, había asistido a los actos y al pic-nic fundacional. Su presencia no sólo había insuflado aires de fiesta, sino también un soplo de positivismo nacional. La nueva capital era apenas un caserío muerto de frío, inerme frente al viento del desierto. Recluido en algún calabozo de la temible policía territorial, Torres quedó a merced del juez Patricio Pardo, quien de inmediato ordenó una pericia psiquiátrica. La tarea fue encomendada al médico Julio Pelagatti, experto en controlar la sanidad de las "chicas" de las casas de tolerancia, y a Eduardo Talero, emigrado colombiano, abogado, político y poeta1. Este último, desde 1903, era nada menos que el secretario de la Gobernación del Territorio. Años más tarde, durante su gestión como Jefe de Policía, tendría lugar la matanza de Zainuco, crimen perpetrado por una partida policial contra un grupo de presos evadidos de la cárcel de Neuquén.
Talero y Pelagatti pusieron manos a la obra. Midieron puntillosamente el cuerpo de Torres, calcularon su resistencia al frío, al calor, a los olores y al dolor. Lo interrogaron una y mil veces sobre las razones del crimen. El 26 de marzo enviaron al juez un estudio de 14 fojas, escrito de puño y letra por Pelagatti. Concluían:
"De todos los fenómenos que hemos estudiado detenidamente, opinamos que Adolfo Torres no es consciente del crimen que ha cometido, pues no tiene exacta noción del acto delictuoso, y que más bien que estar recluido en una cárcel, se debería alojar en un manicomio criminal, donde solamente podrá aprender algún oficio, pero nunca será susceptible de una cura regeneradora, pues ciertos sentimientos que son patrimonio de un cerebro bien evolucionado jamás se desperatarán en su masa encefálica que no pudo alcanzar todo su completo desarrollo. En resumen: la forma morbosa que afecta a este fenómeno de la raza humana que se llama Adolfo Torres, en nuestro concepto, se debe considerar como una de las más peligrosas para la sociedad, que por causas las más insignificantes puede ser gravemente dañada por los actos inconscientemente delictuosos a que con suma facilidad tiende un hombre cuyo sentido moral es profundamente pervertido".
Mucha tinta ha corrido sobre los alcances del positivismo argentino en su vertiente biologicista. Sin embargo, no deja de sorprender que en los confines del desierto patagónico, en un pueblo con aspecto y alma de Far West, rodeado de dunas inquietas y ríos ciclotímicos, las doctrinas de Cesare Lombroso y la Recapitulación de Ernst Haeckel hayan tenido tan buena y oficial acogida. Pelagatti y Talero estaban impregnados hasta los huesos por el clima intelectual de la Argentina de comienzos de siglo. El optimismo de los positivistas de la Generación del ‘80 estaba en retirada. Una sombra de escepticismo y temor a los conflictos sociales dominaba las conversaciones de la oligarquía criolla que leía con fruición la urticante prosa de Anatole France. Eran tiempos en que José Ingenieros y José Ramos Mejía se reunían para almorzar y discutir sobre criminología en el Instituto Frenopático de Buenos Aires. Eran tiempos en que Juan B. Justo, fundador del Partido Socialista, podía lanzar una definición que revelaba su vulgar concepción del materialismo histórico: "Una fuerza primordial domina la historia: la tendencia al crecimiento indefinido del protoplasma"2 decía sin ruborizarse el creador de La Vanguardia, que nunca devino en vanguardia.
Pero mal podría decirse que el positivismo estaba muerto, sólo se había metamorfoseado. "No se crea que el espíritu del Centenario constituyó una corriente esencialmente contradictoria con respecto a las que predominaban hasta entonces" dice José Luis Romero. "Por el contrario -añade este historiador- las continuó en lo fundamental, pero vigilándolas severamente en sus deformaciones posibles y en sus vertientes peligrosas, bajo la impresión de los clamores que comenzaron a escucharse en 1889 y que volvieron a oírse una y otra vez en los años siguientes".3 Los dueños de la Argentina de principios del siglo XX se estremecían ante las crecientes protestas sociales, lideradas por inmigrantes europeos socialistas y anarquistas. Las políticas inmigratorias implementadas desde mediados del siglo anterior estaban causando perturbaciones en el cosmos liberal. La fantasmagoría del progreso sin fin comenzaba a diluirse lentamente y empezaban a oírse algunos inquietantes desvaríos nacionalistas.
Adolfo Torres, el matador del jinete neuquino, quedó en manos de dos claros exponentes del espíritu del Centenario. Pelagatti y Talero desplegaron toda su ciencia y determinaron que Torres no era responsable de sus actos. Era un criminal, sin duda, pero su culpa estaba exenta de responsabilidad. Es que solamente un ser humano dotado de todas sus facultades puede ser tenido como penalmente responsable de sus actos. Torres, en cambio, era un ejemplar anómalo, degenerado, más parecido a las bestias que a los hombres normales. La pericia psiquiátrica era contundente:

"El individuo que nos ocupa en el sentido antropológico criminal pertenece a una raza esparcida en la actual sociedad civilizada, semejante por sus caracteres somáticos y psíquicos a las razas inferiores actuales. Además encontramos en el criminal que estudiamos, no solamente algunos caracteres orgánicos y psíquicos que lo asemejan al salvaje, sino anomalías morfológicas y psíquicas también que no son humanas, que más bien son características de otros animales. Este hecho demuestra que el criminal casi siempre es un degenerado sea por degeneración atávica, por degeneración primitiva (detención del desarrollo) sea por degeneración adquirida en el curso de la vida" [...] Y puesto que el hombre tiende a regresar al filos primitivo del que por la ley natural de la evolución había salido para alcanzar a través de muchos siglos el grado presente de desarrollo y civilización, brota de este hecho la convicción de los antropólogos de que en cada caso de criminalidad tenemos que tratar a otras tantas formas morbosas cuya etiología, caracteres y morfología tenemos que buscar para establecer si son o no susceptibles de cura pues de ésta depende la suerte de estos seres desgraciados y la seguridad de la sociedad".

Antes de que el Iluminismo regara Europa con su lluvia de razones universales y abstractas, sólo había una forma de escapar de los tormentos judiciales: el reo debía ser catalogado como un monstruo o como un sujeto poseído por el "furor". Los crímenes contra natura eran, por lo general, inmunes al largo brazo de la ley. La idea del criminal monstruoso se filtraba de algún modo en el argumento de los peritos neuquinos. Sin embargo, el instrumental teórico al que apelaban era mucho más moderno. En el fragmento recién citado, se observa una versión casi calcada de las tesis epigenetistas que servían de base a la Ley Biogenética de Haeckel (la ontogenia recapitula la filogenia). Torres no había alcanzado el grado máximo de humanidad puesto que su desarrollo había quedado detenido en algún punto animalesco de la secuencia filogenética. O peor aún, este criminal había desandado el camino hacia formas ancestrales. Las fuerzas formativas que -según se creía entonces-, determinaban el progreso del embrión habían fallado y la resultante era este espécimen subnormal y peligroso.

El positivismo del siglo XIX, atravesado por una fuerte corriente biologicista, repudiaba las siempre dudosas explicaciones teológicas y metafísicas, y se proponía administrar las cosas humanas según los dictados de las inmutables leyes de la naturaleza. Fue dentro de este campo teórico que el italiano Cesare Lombroso fundó la escuela de Antropología Criminal. Según Gould4, sería injusto simplificar la teoría lombrosiana reduciéndola a un invariable conjunto de postulados, ya que sus estudios sufrieron cambios a lo largo de los años. Pero lo que no varió fue su convicción de que los caracteres físicos y somáticos de ciertos adultos indicaban una irreversible propensión al crimen. Dichos caracteres eran estigmas morfológicos, a veces hereditarios, a veces atávicos, que configuraban una inequívoca antropometría criminal. Las medidas del cuerpo determinaban las medidas morales del alma. El criminal era anterior al crimen.
Las tesis de Lombroso aparecieron publicadas por primera vez en L’Uomo Delinquente (1876) aunque resulta de especial interés el fuerte talante haeckeliano que la teoría experimentó en la edición de 1887. Dice Stephen J. Gould: "En un momento los argumentos de Lombroso toman un giro filético. Los estigmas del criminal nato no son marcas anómalas de enfermedad o desorden hereditario: son los aspectos atávicos de un pasado evolutivo. El criminal nato persigue sus modos destructivos porque es, literalmente, un salvaje entre nosotros y [...] lleva los signos morfológicos de sus pasado simiesco"5. Según Gould, para Lombroso sólo el 40 por ciento de los criminales tenían las marcas antropométricas que los predisponían al delito; los demás llegaban al crimen por razones externas como la furia, el alcoholismo o la indigencia. Pero el destino era inexorable para quienes portaban rasgos criminales en sus cuerpos. "La ética teórica pasa por estos cerebros enfermos como el aceite sobre el mármol, sin penetrarlo"6 decía Lombroso.
Convencido de que los caracteres animalescos o salvajes de los criminales eran producto de un estacionamiento ontogenético, Lombroso podía distinguir a un delincuente nato sobre la base de las siguientes marcas físicas: brazos relativamente largos, pie prensil con dedo gordo móvil, frente baja y estrecha, orejas grandes, cráneo grueso, prognato en una gran mandíbula, pelo copioso en el pecho del macho, y piel oscura. Además, los criminales por naturaleza exhibían muy poca sensibilidad ante el dolor físico y, al igual que los salvajes, no se ruborizaban, fenómeno éste que era descripto como "ausencia de reacción vascular". A estos trazos atávicos, que delataban un retorno hacia el nivel de los monos, se añadían a otras cualidades propias de ancestros aún más antiguos: grandes caninos y un paladar chato revelaban una lejana prosapia mamífera; la foseta occipital se asemejaba a la de los roedores o –lo que es lo mismo- a la de un feto humano de tres meses7. El científico italiano también sostenía que los niños eran delincuentes en miniatura, como consecuencia de resurgimientos atávicos. En el perfil psicológico de los pequeños Lombroso advertía rasgos tales como "enojo, venganza, celos, mentira, falta del sentido moral, falta de afectos, crueldad, pereza, uso de slang, vanidad, alcoholismo, predisposición a la obscenidad, imitación y falta de previdencia"8.
Talero y Pelagatti fueron aventajados discípulos de la escuela de Antropología Criminal italiana. Su admiración por Lombroso parecía no tener límite. Pensaban que el italiano era "el más ferviente apóstol de la antropología criminal". La teoría del apóstol merecía, entonces, ser examinada con sumo cuidado. Según los peritos territoriales, Lombroso había distinguido dos tipos de criminales: los que son tales por defectos orgánicos, congénitos o adquiridos, y los que delinquen por causas externas. Los epilépticos, los locos morales, los pervertidos, los idiotas, los imbéciles, los psicópatas congénitos y los criminales instintivos, todos ellos tenían cabida en la categoría de delincuentes natos o criminales instintivos, ya que sufrían todas estas formas patológicas degenerativas. "Estas diferentes agrupaciones son caracterizadas por fenómenos antropológicos, somáticos, fisiológicos y psíquicos, particulares y predominantes en cada grupo" sostenían. El sambenito lombrosiano le cabía perfectamente al desdichado objeto de sus experimentos.
Adolfo Torres era chileno y había vivido largo tiempo cautivo de los indígenas, cuya lengua hablaba a la perfección. No conocía empleo fijo, sino que se conchababa para tareas rurales. Tenía 19 años, pesaba 64,5 kilos y medía 1,65 metros de altura. Según el informe pericial, era "de buena constitución física y temperamento nervioso". Su piel era "consistente", sus "cabellos rubios oscuros y abundantes". Tenía "pelos escasos en la cara, en la eminencia púbica, en los testículos y otras partes del cuerpo. Exhibía "arrugas fronto-horizontales en todo el largo de la frente, una sobreciliar derecha con dirección irregular; patas de gallo a los dos lados". Su índice cefálico alcanzaba los 104 milímetros. El escrito de los peritos abunda en cifras. Sólo algunos datos, como el ángulo facial, no aparecen ya que, según explicaban Talero y Pelagatti, carecían de "ganiómetro y de doble escuadra".
Sin embargo, tuvieron suficientes instrumentos para determinar las "anomalías cránicas y fisionomónicas", a saber: "microcefalia, cracocefalia, occicefalia, cráneo asimétrico con convexidad en la región temporoparietal derecha, región temporoparietal izquierda plana; asimetría facial: mitad de derecha de la cara más convexa que la mitad izquierda; prognatismo de la mandíbula; frente aplastada no muy saliente; senos frontales bastante evidentes; aplastamiento del occípite no muy pronunciado, frente baja, ceja derecha más alta que la izquierda; mandíbula bastante desarrollada; apófisis lemurianas desarrolladas; mandíbula fetal". Aunque no pudieron hacer el examen oftalmoscópico de rigor, porque –otra vez- no tenían aparatos adecuados, los peritos neuquinos destacaron que los ojos grises de Torres tenían una gran movilidad y una visión poderosísima. Los dientes del muchacho chileno les llamaron la atención porque los caninos inferiores eran "más desarrollados que los superiores" y porque "la dirección de los incisivos [era] algo oblicua externa, con ausencia de los incisivos laterales". Torres era zurdo, y aunque no tuvo hijos no era onanista, añadían los investigadores. Como puede advertirse, los peritos observaron aspectos que les permitían asociar a Torres con un homínido primitivo (mandíbula grande, prognatismo, frente huidiza, caninos inferiores muy desarrollados), pruebas categóricas de una interrupción en el impulso embrionario y evidencia no menos irrefutable de su propensión al delito.
La pobreza del gabinete criminalístico neuquino jugó en algunos casos a favor de Torres: no había aparatos adecuados para ensayar su "reacción al estímulo mecánico, térmico [y] eléctrico". Pero sí se pudo determinar su "reacción pupilar poco desarrollada al estímulo luminoso, cutáneo, táctil, dolorífico". Nada dice el informe sobre el método utilizado para testear la reacción al dolor, pero no es difícil imaginar hasta qué punto habrán llegado para dictaminar que el reo era casi analgésico. El muchacho no exhibía parálisis ni paresis, pero sufría frecuentes espasmos tónicos y clónicos, contracturas, los temblores". De tanto en tanto, se sentía "empujado por la necesidad de caminar sin rumbo precedida por una especie de vahído". Así, hechas éstas y otras mediciones, los autores del informe pasaban a interpretar los resultados. Decían:
"[A]ntes de pronunciarnos sobre la naturaleza de la forma especial de delincuencia que nos ocupa tendremos que detenernos primero sobre el examen somático, segundo sobre el examen fisiológico, tercero, sobre el examen psicológico, pues como es científicamente reconocido las actividades mentales son la expresión más compleja de todas las funciones orgánicas, y por último sobre la anamnesis de la familia por noticias que nos ha podido dar el sujeto estudiado y la del mismo criminal, siguiéndolo por el ambiente en que ha crecido, factores éstos indispensables para formular un diagnóstico concienzudo y seguro. Si es innegable que la mayoría de los delincuentes revelan caracteres somáticos especiales, casi siempre de carácter degenerativo, es también cierto que algunos de ellos no demuestran todas aquellas notas antropológicas que los revelan, a primer aspecto, perteneciendo a la familia delincuente. Tal es el caso que estudiamos en que algunos caracteres antropológicos faltan, mientras que abundan otros que son de especial característica".
Como se vio, muchos de los caracteres antopométricos de Torres coincidían perfectamente con la tipología criminal propuesta por Lombroso. Pero, con cautela, los peritos territoriales advertían que sólo con esto no bastaba. Los factores externos, es decir, su historia familiar y su ambiente, también debían ser tenidos en cuenta a la hora de realizar un dictamen concluyente. Al trazar el perfil psicológico del reo, el dúo patagónico afirmaba que el muchacho era altanero pero a veces inexpresivo; que no tenía alucinaciones; que su memoria estaba poco desarrollada; que no deliraba, pero tenía amnesias de vez en cuando. Lo describían como un individuo de humor variable, que alternaba momentos de alegría con momentos de melancolía. Para determinar si era responsable de sus actos, debían escudriñar en los sentimientos morales de Torres, y en tal sentido anotaban:
"Estando triste piensa en su crimen y a veces se arrepiente porque dice en la reclusión ha sido abandonado por todos, no hallando quién le alcance una copa de agua o un cigarrillo. Los sentimientos afectivos son muy escasos, desearía tener mujer pero nunca casarse. Aunque pertenezca a una familia religiosa, él se ha olvidado de todas las prácticas que en la niñez le habían enseñado, no tiene sentimiento moral al punto que confiesa que, si hallara un objeto, dinero o animales ajenos, no tendría escrúpulos en robárselos, con tal de estar seguro que nadie lo hubise visto. Siente remordimiento de lo que ha cometido solamente porque ha perdido su libertad. Queda impasible si se le dice que su pena durará toda la vida. El grado de instrucción es casi nulo. Estando en la cárcel se ha dedicado a aprender la lectura. Sabe firmar con la mano izquierda. La conducta en el establecimiento no es mala pero siempre demostró tener horror al trabajo. No tuvo nunca ideas de suicidio".
La falta de remordimiento constituía un dato clave. No era "normal" que alguien no sintiese al menos un poco de contrición después de haber matado a sangre fría. Los peritos patagónicos comenzaron a pensar que estaban frente a un caso de locura moral. Además, estaba probado que el ambiente había sido poco propicio para que Torres desarrollara algún apego a las normas morales. "No pudimos conocer nada acerca de la herencia directa y atávica" decían, no sin antes calificar como casi nulas las condiciones de civilización del homicida. La única norma de Torres era la libertad, algo decisivamente peligroso.
El dictamen final se hacía esperar. Yendo tal vez más allá de lo que el juez les pedía, Talero y Pelagatti se detuvieron a fundamentar su opción teórica. Discurrieron largamente, con notable erudición, sobre varias corrientes de la ciencia criminalística, sobre todo italianas y francesas. Cabe peguntarse, en este punto, por qué se afanaron por describir y analizar con tanto detalle el cuerpo y la mente de Torres, cuando les hubiese bastado con conocer sólo el crimen para aplicar el castigo. El nudo de la cuestión radicaba en la moderna e influyente noción de "individuo peligroso", etiqueta que sin más vueltas los peritos neuquinos le estamparon el reo.
Según Michel Foucault, hacia el siglo XVIII, el derecho civil y el derecho canónico ya contemplaban situaciones asociadas a la locura, la imbecilidad o la furia. Pero tiempo después, los juristas se enfrentaron con crímenes aberrantes, contra natura y sin razón aparente, los cuales hicieron tambalear el andamiaje legal. Los criminales no mostraban ningún síntoma de locura; eran casos en que el crimen surgía, en palabras de Foucault, desde "un grado cero de locura" 9. Sobre la base de esta creciente casuística fue modelándose una explicación que tendría su hora de apogeo en el siglo XIX y que los peritos patagónicos no desconocían: la monomanía homicida. Se trataba de "una alienación que tendría como único síntoma el crimen mismo". "Lo que la psiquiatría del siglo XIX inventó -explica Foucault- es esa identidad absolutamente ficticia de un crimen-locura, de un crimen que es todo él locura, de una locura que no es otra cosa que crimen. Tal es en suma lo que durante más de un siglo ha sido denominado, monomanía homicida"10. Andando los años, se acentuó la tendencia a "psiquiatrizar" el aparato jurídico. Los médicos se convirtieron en especialistas en el móvil del crimen y empezaron a tratar al cuerpo social como un organismo vivo. En este contexto surgió otra teoría que también fue considerada por Pelagatti y Talero: el alienismo. Los alienistas sostenían que la locura estaba ligada "a condiciones malsanas de existencia (superpoblación, promiscuidad, vida urbana, alcoholismo, desenfreno) y era percibida como fuente de peligros, para uno mismo, para los demás, para el entorno y también para la descendencia por mediación de la herencia".
A la monomanía y la alienación, debe añadirse aún otra corriente criminológica que fue usada para analizar el caso de Adolfo Torres: la degeneración. Siempre según Foucault , hacia el último tercio del siglo XIX, la noción de monomanía comenzó a ser abandonada. Por un lado, la ciencia psiquiátrica admitió que ciertas enfermedades mentales podían afectar los instintos, los afectos y el comportamiento, dejando intactas las funciones del pensamiento. "Pero la monomanía -asegura Foucault- fue abandonada también por otra razón distinta: por la visión según la cual las enfermedades mentales evolucionan de forma compleja y polimorfa y pueden presentar en determinado estadio de su desarrollo síntomas específicos, y esto no solamente a escala individual sino también generacional: tal fue la teoría de la degeneración"11. Talero y Pelagatti no vacilaron en calificar a Torres como un degenerado, y para ello se valieron de los conceptos que les ofrecía la Ley Biogenética de Haeckel, que les llegaba a través de Lombroso.
Finalmente, tras revisar unas cuantas teorías sobre la locura moral, pero siempre sobre la base de los postulados lombrosianos que identifican la locura moral con la criminalidad congénita, Talero y Pelagatti dictaminaban:
"En el caso que estudiamos no dudamos que se trata de un individuo con profundo pervertimiento del sentido moral lo que deducimos del examen somático, fisiológico y psíquico que expusimos. En efecto, este loco moral tiene muchos caracteres que lo acercan al delincuente nato y al epiléptico [...] Adolfo Torres no tiene desarrollada la noción de lo que es acción honrada y delictuosa, de lo justo y de lo injusto, de los deberes que tiene que cumplir y de los derechos que le pertenecen en la sociedad. Esta noción no ha sido capaz de adquirirla, sea por falta de educación, sea por incompleta organización cerebral que sin duda es de nacimiento por haber quedado su masa encefálica detenida en el desarrollo de su primera edad".
He aquí, otra vez, la Ley Biogenética de Haeckel: el cerebro de Torres había experimentado un detenimiento en su desarrollo, estacionándose en algún escalón inferior de la secuencia filética. Pero esta explicación no era suficiente para comprender la súbita aparición de la locura en un sujeto que no había dado señales de estar enfermo a pesar de que sus medidas lo tipificaban como delincuente. Algo estaba faltando para completar el cuadro. Lo que faltaba era la causa inmediata del arrebato de locura que lo convirtió en homicida. Talero y Pelagatti no se amedrentaron y echaron mano de la noción de "sacudida moral o transtorno" físico profundo que proponía Mandsley. Según los peritos, fueron sus largos años de cautiverio entre los indígenas los que, a la postre, actuaron como catalizador de la locura criminal de Torres. Por si acaso, añadían que una epilepsia hereditaria y el alcoholismo de padres o abuelos también podrían haber tenido algo que ver en el arrebato demencial del acusado. ¿Era culpable de su crimen Adolfo Torres?. Sí; pero no podía hallárselo penalmente responsable. Sus taras morales derivaban de una falla en el desarrollo ontogenético, y así lo atestiguaban sus caracteres físicos. El reo debía ser recluido en un manicomio. Era un individuo peligroso, esencialmente pervertido de su sentido moral, una amenaza para la sociedad. Pero no podía castigárselo. Modernos, al fin, los peritos neuquinos tenían -en este caso- razones suficientes para recomendar un poco de clemencia.
José Ingenieros, uno de los fundadores de la antropología criminal argentina solía comentar la siguiente anécdota autobiográfica. En el año 1900, cuando estrenaba su título de médico, un presunto criminal le pidió que actuara como perito de parte, con la esperanza de que obtendría un informe capaz de asegurarle una absolución. Ingenieros consultó a Ramos Mejía, quien le respondió: "No se meta en porquerías". Siguiendo esta admonición, jamás actuó como perito de los acusados. Talero y Pelagatti podrían haber adoptado la misma conducta prescindente, pero aceptaron el trabajo y recomendaron la internación de Torres, remedio que se les antojaba más piadoso que una cárcel.
Unas cuatro décadas más tarde, la justicia francesa en la Argelia ocupada no tendrá la misma misericordia con Meursault, el impasible asesino de El Extranjero, de Albert Camus. "¿Acaso ha demostrado por lo menos arrepentimiento? Jamás, señores. Ni una sola vez en el curso de la instrucción este hombre ha parecido conmovido por su abominable crimen" bramaba el fiscal. "Decía que en realidad yo no tenía alma en absoluto que no me era accesible ni lo humano, ni uno solo de los principios morales que custodian el corazón de los hombres" se explicaba Meursault. "Sin duda- agregaba el acusador- no podríamos reprochárselo. No podemos quejarnos de que le falte aquello que no es capaz de adquirir"12. Meursault fue condenado a la guillotina.
Referencias * Texto publicado en Lizárraga, Fernando y Salgado, Leonardo (2006) Las Vacas de Míster Darwin y otros ensayos (Publifadecs: General Roca, Río Negro), capítulo 6. Una primera versión de este artículo apareció en la revista Ciencia Hoy, Volumen 10, Nro. 59, Octubre-Noviembre de 2000, pp. 52-57. 1 El texto analizado corresponde a la pericia psiquíatrica firmada por Julio Pelagatti y Eduardo Talero, el 26 de marzo de 1905, en Neuquén. El documento original ha sido rescatado de los Archivos de la Justicia Territorial, por el Grupo de Estudios en Historia Social de la Universidad Nacional del Comahue (Gehiso). 2 Romero, José Luis (1987) Las ideas en la Argentina del siglo XX, Ediciones Nuevo País, Buenos Aires, p.77-78 3 Idem, p. 56. Gould, Stephen J. (1977) Ontogeny and Phylogeny, The Blelknap Press of Harvard University Press, Cambridge, Massachusetts-London, England, pp. 120-125. 4 5 Gould, Stephen J., op.cit., p.120. 6 En Gould Stephen J., op.cit., p.122. 7 Gould, Stephen J., op.cit., p. 123. Idem, p. 125. 8 9 Foucault, Michel (1993) La vida de los hombres infames. Ensayos sobre desviación y dominación, Editorial Altamira-Nordan Comunidad, Montevideo, Uruguay, p. 236 10 Idem, p. 239. 11 Foucault, M., op. cit., p. 251. 12 Camus, Albert (1996) [1949] El extranjero, Emecé, Buenos Aires, p. 128.