jueves, 1 de noviembre de 2007

Leña del árbol caído

Sí, a veces es indispensable hacer leña del árbol caído. Y aunque Sobisch no merece siquiera ser comparado con un árbol (ni con el más elemental de los líquenes), el dicho popular debe ser invertido en la actual situación post-electoral. Hace un par de noches, en una de esas insoportables mesas de opineitors que montaron todos los canales de televisión, el circunspecto Nelson Castro aconsejó magnanimidad en la victoria y humildad en la derrota. Ahora bien, esto sólo es posible en las novelas de caballería; en el mundo real, la magnanimidad del vencedor sólo se obtiene con la humillación voluntaria del derrotado. Y Sobisch, lo sabemos, no acostumbra a ser humilde y mucho menos a humillarse ante sus vencedores. Anteanoche, en un canal de cable, pasaron esa rara película alemana sobre los últimos días de Hitler: “La caída”. En una escena, Eva Braun (casi) le ruega al Fürher que no ejecute a un supuesto traidor-desertor (que, para más datos, es cuñado de Eva). Hitler no accede, por supuesto. Ella se atreve a preguntarle por qué. Y él responde, con un grito desde lo profundo: “Porque es mi voluntad”. Sobisch está hecho del mismo material. Los resultados electorales no le harán mella, como no le hacían mella a Hitler los partes de guerra que le mostraban que Berlín estaba en ruinas. Para ambos, Hitler y Sobisch (nietzscheanos a fin y al cabo), lo único que importa (lo único que existe) es la voluntad de poder.
No voy a negar que por un ratito, en la madrugada del lunes, sentí algo así como una leve alegría cuando supe que Sobisch no había alcanzado ni siquiera el 2 por ciento de los votos a nivel nacional. También tuve un efímero consuelo estadístico al ver que en su propia provincia, Neuquén, había arañado apenas al 20 por ciento (y sus mejores desempeños habían sido en los departamentos más pobres y rurales). Era bueno saber que el 80 por ciento de los neuquinos y el 98 por ciento de los argentinos no habían votado al asesino de Carlos Fuentealba. Tampoco pude reprimir un par de insultos a la pantalla de mi tele cuando vi su jeta y escuché sus balbuceos atragantados e inconexos (me hizo acordar al insufrible Jim Carrey en “Mentiroso, mentiroso”. Si no la vieron, mejor; es una porquería). Más tarde, cerca de las 3 de la mañana, me permití otra ligera sonrisa cuando se confirmó que el opaquísimo José Brillo, recontra-alcachuete de Sobisch, había perdido en las elecciones municipales de Neuquén. En medio de tanta malaria, la doble derrota de Sobisch merecía ser gozada, aunque sea por unos instantes, que es el tiempo que dura el optimismo del corazón.
El pesimismo de la razón, en cambio, es más obstinado. A contrapelo de lo que andan diciendo los comentaristas de los medios de incomunicación antisocial de nuestra comarca, estoy convencido de que Sobisch no está acabado. La razón de fondo es la que expuse más arriba: a él sólo le basta con la voluntad de poder; la derrota no es parte de su (elemental) vocabulario. Ahora bien, como me lo hicieron notar en las últimas horas, las estadísticas también pueden ser leídas a favor del ya casi ex gobernador. No es poca cosa que haya cosechado casi 300 mil votos en todo el país (con el 74 por ciento de las mesas escrutadas) y que sólo en la provincia de Buenos Aires haya obtenido más de 100 mil votos. No es menos impactante que el misérrimo 20 por ciento provincial se traduzca, en términos absolutos, en 50 mil votos (la mitad del padrón del Movimiento Popular Neuquino). Es cierto que Sobisch esperaba orillar el millón de sufragios, pero 300 mil no son pocos para un proyecto de inspiración y metas fascistas. ¡Imaginen nomás a Sobisch multiplicado por 300 mil! Por eso, pensar que está definitivamente derrotado, no sólo es ingenuo sino también suicida. Decir que Sobisch “ya fue” es una forma irresponsable de decir que ya no hace falta ajustar cuentas con este criminal, es una aviesa invitación al olvido, es pedir magnanimidad ante el vencido.
Decir que Sobisch “ya fue” también significa minimizar la continuidad que implica la futura gobernación de Jorge Augusto Sapag. Quizás para el diario Río Negro las cosas vayan a ser totalmente distintas, por el solo hecho de que recuperará su jugosa cuota de publicidad oficial (y esto es un mundo de diferencia para las finanzas de la empresa periodística). Pero ¿cuál es la diferencia sustancial entre Sobish y Sapag? A mi juicio, ninguna, absolutamente ninguna. No es difícil explicarlo. El Estado es, por definición, sustancialmente, un aparato represivo al servicio de la clase dominante (y de sí mismo). Y hasta donde me alcanza la memoria, tanto Jorge Sapag como Jorge Sobisch no trepidan en exhibir esta sustancia cuando lo creen necesario. La represión en el Ruca Che fue ordenada por Sapag, la represión en la Ruta 7 contra el movimiento anti-peaje, también fue ordenada por Sapag (cabe añadir que esta heroica acción policial fue paradigmática por su brutalidad: no se hizo contra dirigentes y militantes sindicales más o menos curtidos en las calles y las rutas, no; la ira del Estado se descargó contra una multitud de vecinos y vecinas, niños y niñas, sin miramiento alguno). Para quienes no lo recuerdan, también es preciso tener presente que la huelga docente del año 2003 se dilató durante semanas porque quien se negó al diálogo no fue otro que Jorge Sapag (quien ahora se presenta como el más dialoguista de los dialoguistas). Finalmente, y esto es un pedido de ayuda: ¿alguien me puede pasar el dato preciso del día en que Sapag repudió y condenó a Sobisch por haber mandado a matar a Fuentealba?
A esta altura, me pregunto de qué coños me alegraba en la madrugada del lunes. Está bien; no hay que privarse de pequeñas alegrías, pero la realidad suele ser oscuramente terca. Y cuando uno observa no sólo la derrota de Sobisch sino también quiénes fueron los vencedores, es inevitable sentir un escalofrío hasta el huesito dulce. Siguiendo con cosas sustanciales; es indudable que Kristina, reina esteparia que nos habla como si fuésemos una manada de idiotas, tampoco tiene dudas a la hora de echar sus jaurías sobre las protestas sociales. Las suaves caricias de los gendarmes y los funcionarios de acelerador fácil son sus armas favoritas (y ya que le gusta compararse con Hillary, no está de más recordar que la esposa de Bill Clinton, no objetó los bombazos de su marido sobre Sudán, Irak, todos los rincones de los Balcanes y Mónica Lewinsky). De Carrió sólo diré una cosa: como ella se negó a hablar del caso Fuentealba, le aplico aquello de que “el que calla otorga”. ¡Y qué decir del intendente electo de Neuquén, el radical-K Martín Farizano y sus siete boletas colectoras! Aunque sus asesores de campaña se hayan esforzado por recalcar que Brillo era el heredero de Sobisch, conviene no olvidar que Farizano es el heredero de Horacio Quiroga, socio y aliado de Sobisch en las buenas y en las malas, un aliado confiable. ¿O ya se habían olvidado? Tal vez, la campaña electoral que ponía el acento en la conexión Brillo-Sobisch haya sido, a mismo tiempo, un astuto juego de manos para ocultar el evidente vínculo Sobisch-Quiroga-Farizano (1). Porque, de nuevo con lo esencial, Pechi Quiroga es un cuadro del establishment, que tampoco condenó (ni condenará) el asesinato de Carlos y que está más que dispuesto a escarmentar a quienes tengan la osadía de protestar. En definitiva, como dicen los pibes, “tamo en el horno”.
Pero no tanto. Como decía al principio, hay hacer leña del árbol caído, impedir que vuelva a brotar. Por más que Sobisch no lo admita (no pueda admitirlo) salió golpeado de esta elección. No le será fácil combinar su voluntad de poder y esas casi 300 mil voluntades que lo votaron. Y mucho menos sin tener control discrecional de los recursos del Estado a partir del 11 de diciembre. Su cólera es síntoma de debilidad, y es muy probable que quiera llevarse todo puesto antes de terminar su gestión. Es un predador herido y, por eso mismo, peligrosísimo. Ya advirtió que nunca se retirará de la arena política; y le creo. Ha logrado instalarse, aunque con magros resultados todavía, como una alternativa de mano ultra-dura, como un as en la manga de los intereses que, por el momento, parecen no necesitar sus sanguinarios servicios. Insisto: pensar que Sobisch “ya fue”, que sus días en la política han terminado, es suicida. Así las cosas, resulta indispensable exigir una vez más, y otra vez, y otra vez, que el fiscal y el juez del caso Fuentealba se sacudan la modorra, pierdan el miedo y dejen de proteger a Sobisch. Es indispensable no darle tregua, impedir que se escabulla; es indispensable comprender que Sapag y su MPN filo-K no son diferentes, ni son diferentes los que dicen ser diferentes. Es preciso hacer leña del árbol caído, aplastar el huevo de la serpiente.
(1) No objeto, en principio, la táctica basada en la idea de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo. Pero uno de los problemas de aliarse con el quiroguismo radica precisamente en suponer que Quiroga y el quiroguismo son enemigos de Sobisch y el sobischismo. Sobran evidencias de que esta presunción es insanablemente falsa.

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