domingo, 8 de diciembre de 2013

Heisenberg y Kurtz



Hace un par de semanas terminé de ver Breaking Bad.


Heisenberg y Kurtz

Al tipo no le alcanza la guita. Labura de profe de química en una secundaria de Albuquerque, Nuevo México.  Hace changas como cajero en un lavadero de autos y de vez en cuando, si algún indocumentado falta al laburo, lo mandan a lavar los coches. Su esposa está embarazada como de siete meses. Su hijo mayor, de dieciséis años, tiene alguna discapacidad que lo obliga a andar con bastones. Un buen día, el tipo se desmaya en el lavadero. Lo llevan al hospital. Le diagnostican cáncer de pulmón y le dan pocos meses de vida. Para dejarle algo a su familia -ya saben: pagar la bendita hipoteca, la universidad de los hijos, etc.- se asocia con un ex alumno, un junkie muy paraonico, y comienza a fabricar metanfetamina. Éxito total. Al poco tiempo, el archiperdedor se convierte en un jefe de las drogas, pelea contra carteles mexicanos, contra la mafia local, contra la DEA, contra unos neonazis bien blancos y malísimos, etc. Ni rastros quedan del profe de química. Ahora ya no es Walter White; es Hisenberg, el cocinero de la metanfetamina azul, la más codiciada del sudoeste de yankilandia, y más allá de la frontera. Y es malo; se vuelve malo, recontra malo. Y le gusta serlo. Es bueno haciendo el mal; y eso se siente bien. Listo. Esto es Breaking Bad, una serie adictiva como pocas. Me leí varios comentarios por ahí. Incluso del muy progresista New Yorker. Todo bien; hay una coincidencia: es la mejor serie de la historia. Según Anthony Hopkins, que algo sabe del asunto, la actuación del tipo que hace de Heisenberg (Bryan Cranston) es la más sublime que él haya visto. Lo que me llamó la atención es que varios críticos, de pelajes diversos, dicen que en Breaking Bad funcionan las fantasías compensatorias. El tipo, Heisenberg, se cree malo, se vuelve malo, y hace el mal, para olvidar que es un perdedor. Por momentos, la transformación es tan grande que se llega a pensar que todo es una pesadilla de Walter White. Bueno, no cuento el final. Pero sí me quedo pensando en esto de las fantasías compensatorias y digo: me parece que Breaking Bad es la fantasía compensatoria del pueblo yanqui. Primero y principal: la serie no es la historia de un buen tipo que de repente se ve obligado a actuar mal para salvar a su familia; eso sería muy facilongo y la tele está repleta de estos casos. Ni siquiera es el argumento maquiaveliano un poco más complejo de que el príncipe debe aprender a no ser bueno y a obrar el mal. Y tampoco es la vieja historieta de que el tipo siempre fue malo y finalmente salió a la luz su esencia. No, tampoco. No hay esencias fijas acá.  No. Breaking bad es un proceso de becoming, de volverse malo; y de ser capaz de admitirlo, decirlo con todas las letras. Harto de ser bueno, cansado de hacer el bien, Walter White se convierte en Heisenberg. Y esta es la fantasía compensatoria de los yanquis. Creo que los tipos están podridos de ser buenos. Mejor dicho; está podridos de tener que ser buenos, de hacer de buenos, y no poder decirle libremente al mundo: “somos malos, nos hemos vuelto malos ¿y qué?” En los años cincuenta eran los bobos consumistas que bailaban musiquitas ligeras; en los sesenta y setenta eran los culposos y avergonzados asesinos de vietnamitas y los nobles luchadores por los derechos civiles; en los ochenta peleaban la batalla final contra el Muro y la Cortina de Hierro; en los noventa se convirtieron en los únicos buenos del mundo, los únicos guardianes de la paz, la libertad, la democracia, y todo eso. Y cada uno de sus sus sacrificios fue por el bien de la humanidad; siempre por los demás, nunca por sí mismos. Pero ya no quieren vivir esa mentira. En uno de los episodios suena el tremendo tema de Townes Van Zandt, Waiting around to die, en un cover conmovedor de unas chicas canadienses: The be goodTanyas. Ahí está una de las claves. No vale la pena sentarse a esperar la muerte inevitable: si la sentencia está dictada y la hora ha sido señalada, conviene sentirse bien, y hacer el mal. Volverse malo. Y mientras más débiles, más malos; y mientras más decadentes, más implacables. No hay imperios bondadosos, ni imperialismos benévolos. Con Breaking bad  los yanquis pueden sentirse cómodos con la idea de ser malos, de volverse malos, y les gusta esa idea. Ahora pueden decir que matan afganos, bombardean escuelas iraquíes, despanzurran libios, descuartizan sirios, aniquilan palestinos y otras lindezas más, porque les gusta hacerlo, porque se sienten bien haciéndolo, y porque son buenos haciéndolo. Sin culpa. Por fin se han vuelto amigos del horror y del terror moral, como les reclamaba el coronel Kurtz en Apocalipsis Now. Ya no juzgan ni se juzgan. Aprendieron la lección de la jungla: “juzgar es lo que nos derrota”. 

F.L. 09-12-2013