sábado, 11 de diciembre de 2010

MI PARAÍSO


Tenía quince años. Lo planté cuando en Ruca Che todavía no estaba terminado, cuando desde la calle Galarza se veían los ocres de las bardas y no el pavoroso techo azul del Carrefour. El viento de hoy lo partió al medio. Y murió. Hace unos meses, preocupado porque veía que había echado ramas y más ramas, llamé a los genios de Arbolado Urbano de la Municipalidad. Les pedí permiso para podarlo porque temía que los vientos de primavera fueran letales. Me dijeron que no. Les pedí que, ya que ellos eran los especialistas, vinieran a ralearlo un poquito. Me dijeron que no. El responsable del área-que-no-se-ocupa-de-los-árboles me dio un sermón insoportable sobre la inconveniencia de la poda. Quisiera decir que me sentí tratado como un idiota, pero no viene al caso. Insistí: la copa está demasiado frondosa, cualquier viento va a quebrar al pobre arbolito. El sermón trocó en ira; el responsable del Arbolado Urbano me echó encima un dogma: los árboles no se podan, y sanseacabó. Y no sólo eso: me recriminó que, sin ser experto, tuviera yo el descaro de discutirle sobre el bienestar del árbol que me ha regalado sombra desde hace muchos años. El viento de hoy me dio la razón; y odio tener razón. Una ráfaga certera lo quebró; cayó en silencio. Vinieron los de Defensa Civil; en cuestión de minutos descuartizaron al paraíso caído. Ahí está, sobre la vereda; cadáver insepulto, a la espera de que vengan los de Limpieza Urbana (un día de éstos, vaya uno a saber cuándo). Fue el primer árbol al que se encaramó mi hijo. Cuando llegaba del Jardín me pedía que lo ayudara a trepar. Desde las ramas más firmes miraba extasiado todo lo que ocurría allá abajo. Se reía como loco cuando me arrojaba esas pelotitas perfectas que sólo los paraísos pueden dar. A veces, yo también trepaba. Aunque el Amo y Señor de los Árboles Urbanos nos condenara al infierno, habíamos decidido cortar una linda horqueta para hacer una gomera. Vamos a hacerla igual, con los restos del que fuera nuestro árbol. El paraíso de al lado no cayó; ahora está solo, solito con su alma. ¿Vendrá el arrogante Amo y Señor de los Árboles Urbanos a plantar un nuevo paraíso? Lo dudo; le importa un comino que el árbol haya caído (a los funcionarios, de aquí y de todas partes, les importa bledo la suerte de los que están por caerse y mucho menos la suerte de los que ya han caído). Tampoco quiero que venga; no hace falta; mi hijo plantará otro paraíso.

Fernando Lizárraga

DNI 17904183

Galarza 3730

Neuquén