miércoles, 24 de octubre de 2007

Otro de O'Hara

A un amigo le gustó mucho el poema de Frank O’Hara que publiqué hace unas semanas. Le dije que seguiría ensayando algunas traducciones, ya que hay muy pocas en la web. Aquí va mi versión (libre, por supuesto) de “Morning”.
De mañana
Tengo que decirte
cuánto te amo siempre
lo pienso en grises
mañanas con muerte
en mi boca el té
nunca está bien caliente
entonces y el cigarrillo
seco la bata marrón
me da frío te necesito
y miro por la ventana
la nieve silenciosa
Por la noche en el muelle
los colectivos brillan
como nubes y me siento solo
pensando en flautas
Te extraño siempre
cuando voy a la playa
la arena está mojada con
lágrimas que parecen mías
aunque yo nunca sollozo
y te tengo en mi
corazón con un muy real
humor del que estarías orgullosa
el estacionamiento está
lleno y estoy parado
haciendo sonar las llaves el auto
está vacío como una bicicleta
qué estás haciendo ahora
dónde comiste tu
almuerzo y había
muchas anchoas
es difícil pensar
en vos sin mí en la
frase me deprime
cuando estás sola
Anoche las estrellas
eran numerosas y hoy
la nieve es su tarjeta de visita
no seré cordial
no hay nada que
me distraiga la música
es apenas un crucigrama
sabés cómo es
cuando sos la única
pasajera si hay un
lugar más allá de mí
te ruego que no vayas
Frank O’Hara (1928-1968)

martes, 9 de octubre de 2007

Carta al fiscal Richard Trincheri

Es evidente que los expedientes te molestan, te fastidian, te resultan insoportables. Estamos de acuerdo: la verdad no puede depender de un expediente, por lindo y prolijito que sea. A mí también me hartan los papeles, los papeleos, los papelones y las papeleras. Tal vez tengas razón cuando proponés una reforma que consagre el principio “dentro del juicio, todo; fuera del juicio, nada”. Sin embargo, Richard, hasta que tus colegas de la corporación judicial y los legisladores se dignen a seguir tus sabios consejos, no tenés más remedio que soportar el expediente. Y más aun, tenés la obligación de armar un buen expediente, uno que se parezca a la verdad. Pero me da la sensación de que, por lo menos en el caso del asesinato de Carlos Fuentealba, te dejaste llevar por tu aversión al teclado, al papel tamaño oficio y los clips de colores. Intentando curarme el insomnio, se me ocurrió leer detalladamente el requerimiento que le hiciste al juez hace un par de meses. Me había llegado por los diarios algo de lo que habías escrito, pero nunca imaginé que hubieses sido tan, digamos, desprolijo para fundamentar el pedido de indagatoria a Pascuarelli, Salazar y los otros sicarios del régimen del bigote asesino. Vayamos por partes, o por fojas.
Imputarles al ex subsecretario de Seguridad, Raúl Pascuarelli y al ex jefe de Policía, Carlos Salazar, una mera “negligencia” contraría el más puro sentido común. Y lo que es más grave todavía, esta acusación los exime alegremente de su responsabilidad como actores que premeditaron minuciosamente la represión, siguiendo las explícitas órdenes del gobernador ciento por ciento (¡si hasta los jefes policiales admiten que la orden vino de Sobisch!). Como dije en otro artículo que publiqué en este mismo blog (“El Carancho”), no hace falta encontrar órdenes escritas, con membrete, sello y autógrafo; alcanza con revisar las declaraciones de estos funcionarios y del propio gobernador para constatar que aquí no hubo negligencia, que hubo órdenes bien claras, que todo se hizo según lo previsto, que se habían sopesado “consecuencias muchísimo más difíciles” (Sobisch dixit). Pero como descartás de antemano cualquier premeditación, cualquier plan represivo, te contentás con la negligencia.
Otra de tus clamorosas “desprolijidades” se advierte cuando decís que el procedimiento policial fue dispuesto “aparentemente” para impedir el corte de ruta decidido por ATEN. ¿Por qué “aparentemente”? Hasta un tonto sabe que los grupos especiales de la policía no fueron a Arroyito a cazar lechuzas con sus Itakas. Vos mismo decís que el operativo, después de haber “logrado el fin que se pretendía cumplir”, derivó en represión. De esto se sigue que el “aparentemente” es una calificación demasiado generosa para el gobierno provincial, una calificación que deja abierta infinitas ventanas para que Sobisch se escape. Además, es curioso que vos entiendas que la represión comenzó recién después de haber cumplido sus fines, esto es, despejar la ruta, como si los primeros gases y balas no hubiesen sido parte de la represión.
También es sorprendente (o no tanto) que digas que dicho procedimiento “devino en un desmesurado, descontrolado y anárquico operativo de represión policial”. Las palabras, lo sabés, nunca son inocentes, y mucho menos en un expediente. Detengámonos en “devenir”. Según el diccionario de la Real Academia, como verbo, “devenir” significa “sobrevenir, suceder, acaecer, llegar a ser”. Como sustantivo significa “la realidad entendida como proceso o cambio que a veces se opone a ser” o “proceso mediante el cual algo se hace o llega a ser”. No voy a demorarme en las distintas interpretaciones del devenir en la historia de la filosofía, pero debo recordarte que, por lo general, quienes hacen del devenir el centro de sus especulaciones tienden a negar cualquier tipo de agencia humana; en otras palabras, los filósofos del devenir piensan que las cosas devienen por sus propias cualidades sin intervención de decisiones humanas. Así, según tu filosofía, la represión devino porque sí, porque estaba inscripta en la naturaleza de las cosas, como deviene un ventarrón en el desierto en una tarde de sol. Entonces, si el operativo “devino” en represión, según tus palabras, Sobisch, Pascuarelli, Salazar y todos los demás no tuvieron nada que ver.
Veamos ahora tus adjetivos predilectos: “desmesurado, descontrolado y anárquico”. Este trío de palabras mueve al asombro. En primer lugar, decir que un operativo de represión fue “desmesurado” supone la posibilidad de una represión “mesurada”. ¿Es posible que un fiscal como vos, elogiado por su independencia por el diario Río Negro, ignore que toda represión, para ser tal, debe ser “desmesurada”? En segundo lugar, y he aquí el meollo de la cuestión, decir que la represión en Arrroyito fue “descontrolada” es el camino más directo para exculpar a Sobisch, Pascuarelli, Salazar y todos los demás. Me pregunto: ¿por qué no recurriste aquí ese ambiguo “aparentemente” que no tuviste empacho en utilizar respecto de los fines del operativo? ¿Por qué afirmás sin más vueltas que el operativo fue descontrolado? ¿Por qué no decís que fue “aparentemente descontrolado”? Las consecuencias del adjetivo “descontrolado” son atroces: vos mismo, como fiscal, te abstenés de suponer que hubo orden de reprimir hasta matar, clausurás convenientemente todo un universo de posibilidades, dejás todo en manos del devenir y el frenesí de un carnicero profesional como el cabo Darío Poblete, autor del tiro que mató a Fuentealba. ¿Y qué decir de lo “anárquico” del operativo? Esto es, como diría Borges, apenas un énfasis, que refuerza tu argumento de que todo fue meramente un problema de descontrol.
Si todo esto no bastara para ilustrar la blandura de tu acusación, cuando describís la tercera fase de la represión, la cacería en la ruta, no trepidás en sostener que fue “irracional” y que “los comportamientos negligentes que se reprochan [tuvieron] directa relación causal con la muerte registrada, en tanto constituyeron una circunstancia que evidentemente incrementó el riesgo más allá del límite razonable permitido para que se produjeran afectaciones a los bienes jurídicos”. ¿Por qué irracional y no fríamente calculada? ¿Cuál es la medida de la racionalidad? Al decir que fue “irracional”, nuevamente, estás excusando a los autores, como si fuesen simples dementes que se excedieron en sus funciones o que dejaron de hacer lo que debían. Tanto el “exceso” como la “negligencia” son calificaciones a todas luces insatisfactorias. Más aún, según tu argumento acusador, la negligencia de Pascuarelli y sus secuaces sólo tuvo “directa relación causal” en tanto aumentó el riesgo más allá de lo razonable. Es llamativo que la única vez que hablás de “causalidad” lo hagas en relación con la edulcorada negligencia. ¿No hay acaso causalidad directa entre la orden del gobernador y las órdenes que, con toda seguridad, se dieron durante el operativo de represión? Si no encontraste órdenes escritas, esto no significa que no hubo órdenes. De nuevo: ¿por qué suponer que el operativo se salió de control y no suponer que, en realidad todo estuvo bajo control, en todo momento? ¿Qué evidencia tenés para eliminar la hipótesis de que la represión haya sido perfectamente concebida para acabar tal como acabó?
Sigamos un poco más con tus bonitos adjetivos. Cuando hablás de los episodios inmediatos al asesinato de Fuentealba, decís que la represión fue “descomunal e injustificada”. Según el diccionario de la RAE, “descomunal” significa “extraordinario, monstruoso, enorme, muy distante de lo común en su línea”. ¿Fue realmente así? No lo creo; los antecedentes de la policía neuquina permiten afirmar todo lo contrario; para los herederos del fusilador Staub lo extraordinario, monstruoso, enorme y distante de lo común es la norma, no la excepción. Parece que te olvidaste de Cutral Co y el asesinato de Teresa Rodríguez, por sólo mencionar una de las muchas monstruosidades que son la norma en Neuquén; parece que no escuchaste que el actual jefe de policía dijo que Pobrete era un “referente” de la institución. ¿Injustificada? ¿Injustificada para quién? Se nota que no mirás la tele ni leés los diarios, porque Sobisch se ocupó de “justificar” la represión y el asesinato de Carlos Fuentealba. Hay justificaciones que en sí mismas son un crimen, ¿no? Pero al decir que fue “injustificada” le sacás del sayo a Sobisch, y todo vuelve al vaporoso mundo del devenir, donde las cosas ocurren por arte de magia, donde no hay intenciones, ni causas eficientes, ni nada.
En una de esas tenés suerte y te agradecen estas acusaciones (y omisiones) aprobando tu pliego de camarista en la Legislatura. Así, te habrás sacado de encima un problema y volverás a luchar contra los fatigosos expedientes. Mientras tanto, si querés refutarme con hechos, bien podrías añadir nuevas acusaciones, ampliar y precisar tus fundamentos y, sobre todo, requerir que Sobisch preste declaración testimonial. Algunos andan apurándose y exigiendo que pidas su indagatoria. Pero eso sería un error gravísimo, lo sabés. En la testimonial, el bigote no podría negarse a declarar y, al menos formalmente, tendría la obligación de decir la verdad, bajo juramento. Después, si querés, podrías imputarlo y llamarlo a indagatoria (¿o me equivoco?). ¿Qué te impide solicitar estas simples medidas procesales? ¿Qué estás esperando? ¡Ah, ya sé!; estás esperando que todo devenga naturalmente, porque las cosas fluyen así porque sí; todo deviene, nada es; no hay verdad, sólo hay opinión; no hay sujetos, apenas meros títeres de fuerzas incontrolables. ¡Pucha que habías sido posmoderno!
Fernando Lizárraga, 9 de octubre de 2007
***
Postdata (11 de octubre). Me han hecho llegar la siguiente observación: si Sobisch fuese llamado como testigo, ya no podría ser imputado puesto que sus dichos no podrían ser usados en su contra. Es decir; si como testigo Sobisch dijera: "Yo ordené matar a Fuentealba", según la objeción de marras, no puede ser procesado en esta causa; debe inciarse otra causa en la cual sus dichos como testigo no podrán ser usados como prueba. Absurdo, ¿no? (pero la ley suele se absurda). Con todo, y a pesar de las declaraciones de los jefes policiales que reconocen que hubo una reunión en la que Sobisch dio las órdenes represivas, ¡ni siquiera se lo ha llamado como testigo!

jueves, 4 de octubre de 2007

Para Carlos Fuentealba

Y la muerte no tendrá señorío
Por Dylan Thomas (1933)

Y la muerte no tendrá señorío.
Desnudos los muertos se habrán confundido
con el hombre del viento y la luna poniente;
cuando sus huesos estén roídos y sean polvo los limpios,
tendrán estrellas a sus codos y a sus pies;
aunque se vuelvan locos serán cuerdos,
aunque se hundan en el mar saldrán de nuevo,
aunque los amantes se pierdan quedará el amor;
y la muerte no tendrá señorío.
Y la muerte no tendrá señorío.
Bajo las ondulaciones del mar
los que yacen tendidos no morirán aterrados;
retorciéndose en el potro cuando los nervios ceden,
amarrados a una cuerda, aún no se romperán;
la fe en sus manos se partirá en dos,
y los penetrarán los daños unicornes;
rotos todos los cabos ya no crujirán más;
y la muerte no tendrá señorío.
Y la muerte no tendrá señorío.
Aunque las gaviotas no vuelvan a cantar en sus oídos
ni las olas estallen ruidosas en las costas;
aunque no broten flores donde antes brotaron ni levanten
ya más la cabeza al golpe de lluvia;
aunque estén locos y muertos como clavos,
las cabezas de los cadáveres martillearán margaritas;
estallarán al sol hasta que el sol estalle,
y la muerte no tendrá señorío.