martes, 3 de julio de 2007

El Estado soy yo (el MPN)

Hace unos setecientos años comenzó a extenderse el uso de la palabra latina status (estado) para aludir a las cualidades del rey o del príncipe, a su majestad. El status era un atributo del soberano. Si el rey estaba sano, el reino estaba sano; el rey y el reino eran una misma cosa. Andando el tiempo, la palabra pasó a designar específicamente una situación: el estado del reino y no sólo el estado del rey. Más adelante, a medida que las cosas iban cambiando (porque las cosas cambian, y no sólo las palabras) comenzó a utilizarse el término estado para referirse a una forma de gobierno, a un sistema de instituciones, y al ámbito (territorio) donde se ejercía dicho gobierno. De a poco, la palabra fue adquiriendo su significado moderno, para describir un dispositivo de poder independiente tanto de los gobernantes como de los gobernados, una persona política (artificial), un poder impuesto sobre la sociedad, dueño exclusivo del derecho de usar de la fuerza. Pero, por esas cosas de la historia, en Neuquén, el círculo ha vuelto -por así decirlo- al punto de partida. Por estos lugares, el rey y el reino son la misma cosa; aunque aquí el rey lleva el nombre de un partido político. Como se dijo, el Estado moderno se caracteriza, entre otras cosas, por su separación respecto de los gobernantes y de los gobernados. Si bien el “pueblo” (esa escurridiza entelequia) es fuente de la soberanía, el Estado es la “sede” de la soberanía. Además, en principio, el Estado debería estar más allá de los circunstanciales gobiernos y funcionarios. En Neuquén, estas distinciones brillan por su ausencia. Basta observar, por caso, algunos detalles cotidianos para tomar conciencia de hasta qué punto el partido eternamente gobernante, el Movimiento Popular Neuquino (MPN), se concibe como idéntico al Estado. Muchos empleados estatales, especialmente los que trabajan en “(des)atención al público”, exhiben en sus solapas el escudito del partido provincial. Así, el sudoroso ciudadano que hace largas colas para realizar un trámite cualquiera, tiene que someterse no ya a la violencia simbólica del Estado, sino también, y especialmente, a la del partido. El tipo que goza sádicamente con su minúsculo poder de oficinista lo hace en nombre del Estado y también en nombre del partido. Así está dicho, con todas las letras, desde el insolente “pin” clavado en la solapa. Esto, que es apenas un detalle, ilustra claramente la tentación totalitaria del MPN, especialmente en su versión sobischista. La reciente huelga docente, que exacerbó las contradicciones de clases y produjo un intento de reacción fascistoide, permite analizar aun mejor esta identidad Partido-Estado. Resultó imposible, para cualquier observador medianamente lúcido, distinguir los intereses del Estado de los intereses del Partido en la copiosa propaganda anti-docente (anti-obrera) lanzada desde el gobierno provincial. Y más aún, pudo verse -como nunca antes- una fusión entre el Estado, el partido y “la sociedad”. Desde la lógica del amigo-enemigo, el Estado detectó que los docentes eran sus “enemigos” y, por ende, concluyó que eran al mismo tiempo los enemigos del Partido y de la sociedad toda. La tríada Estado-Partido-Sociedad decretó la excepción y se lanzó a perseguir, apalear y asesinar a quienes desafiaban a la santísima trinidad del cielo neuquino. Contra todos los principios del Estado moderno, el MPN ignoró la separación Estado-Sociedad y recurrió a una visión que revela ya no sólo sus tentaciones, sino también su vocación totalitaria. Aunque en sus documentos fundacionales el MPN dice ser un partido de raigambre “humanista”, en esos mismos documentos no trepida en recurrir a aquella famosa frase que dice: “primero la patria, luego el movimiento y por último los hombres”. Aunque este slogan es sin duda efectista y pulsa una cuerda nacionalista (chauvinista) muy extendida, es preciso señalar, además, que -desde la lógica emepenista-, representa un cheque en blanco para eliminar cualquier disidencia o rebeldía contraria a los intereses de la patria (la patria chica neuquina) y del Partido. ¡Qué curioso humanismo es éste que coloca a los hombres en último lugar! El visceral, nada sutil, y aterrador grito de Gloria Sifuentes: “Defenderemos el partido a muerte”, fue la ratificación más espeluznante de lo que ya había ocurrido. El Partido-Estado había consumado el asesinato de un docente, de un rebelde, Carlos Fuentealba, en nombre de la patria (chica) y el Partido. Carlos Fuentealba era el hombre último. El rol de la “sociedad” no es menor en este esquema de poder. Pero el MPN está lejos de concebir concientemente la sociedad como un espacio donde se juegan antagonismos de clase (lo sabe, pero no sabe que lo sabe). Al estilo de Bodin o Hobbes, el MPN piensa que la sociedad es sólo aquel grupo que se somete al imperio del soberano, el Estado. Quien no se somete, por lo tanto, está fuera de la sociedad y es preciso domesticarlo o eliminarlo. No en vano, en varias de sus proclamas, el gobierno provincial usó expresiones tales como: “ahora debe hablar la sociedad” o “la sociedad debe decirle basta al gremio ATEN”. La sociedad obediente, sometida, fue puesta como adversaria de los díscolos huelguistas. Para el MPN, la sociedad está formada por Acipan, la Cámara Hotelera de San Martín de los Andes, algunos sindicatos cegetistas y, por supuesto, los grupos de choque que se presentan en público con el beatífico nombre de “padres auto-convocados”. Es curioso, pero esto tiene asidero (teórico) en la lógica absolutista del Estado. El agudo Thomas Hobbes decía que los individuos, al transferir su poder al Estado, se convierten en “autores” de los actos del Estado. Por lo tanto, cualquier cosa que el Estado haga, es obra de los individuos que crearon el Estado en primera instancia. Así, según esta lógica, cuando el Partido-Estado las convoca, las patotas se auto-convocan. También, según esta lógica, Carlos Fuentealba sería “autor” de su propia muerte. Por último, el MPN también abjura en la práctica de uno de los rasgos principalísimos del Estado moderno: el monopolio de la fuerza. Mientras puede, utiliza sin miramientos la violencia “legítima” a través de la policía. Pero cuando esto no le alcanza, recurre a la violencia para-policial, a las patotas. La orden que diera Felipe Sapag -exactamente hace diez años, durante otra huelga docente-: “rompan los candados de las escuelas”, se cumplió ahora por orden de Jorge Sobisch. Las bandas de funcionarios y punteros que irrumpieron al abrigo de la “emergencia educativa” son la muestra más cabal de la fusión entre Partido y Estado. Cuando la policía del Estado no puede hacer su “trabajo” represivo, allí están las gavillas de matones que dicen actuar en nombre de la “sociedad”, pero que no hacen sino mostrar la brutal colusión entre un Estado totalitario y un partido único. Como dijimos hace un tiempo, desde estas mismas páginas, cualquier parecido con el fascismo no es mera coincidencia. Publicado en el periódico (8300), “La caída del Imperio”, Neuquén, Mayo de 2007, Nro. 22.

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