martes, 3 de julio de 2007

Ni tan popular, ni tan neuquino

El Movimiento Popular Neuquino viene invicto. Nunca perdió una elección y colaboró con cuanta dictadura asoló estas estepas. Dicho de otro modo; el MPN siempre fue gobierno y no puede concebirse (ni existir) fuera del gobierno y del Estado. En la última edición de (8300) se argumentó que existe una fuerte (con)fusión entre el partido, el Estado y la “sociedad”. Esta misma tríada es la que explica, en buena medida, el éxito electoral del Movimiento. Nadie pretende inventar la pólvora. Pero hay que decirlo: el MPN gana, y gana siempre, porque ha tejido una densa red clientelar (en varias esferas), porque dispone de los recursos del Estado para mantenerla y ampliarla, porque (especialmente en el interior) ha construido una “ideología” de la neuquinidad (o como quieran llamarla), porque hasta ahora no ha surgido ninguna otra fuerza política que pueda ser vista como una alternativa viable, y porque siempre se las arregló para llevarse bien con el gobierno nacional de turno. La telaraña clientelar del MPN opera en por lo menos en dos esferas; una le sirve para ganar elecciones, y la otra para gobernar. En la primera, recurre al asistencialismo más descarado, comprando voluntades en vísperas de elecciones y también en tiempos “normales”. Por más que esta práctica repugne a las buenas conciencias ciudadanas, desde el punto de vista de las víctimas es perfectamente racional aceptar la dádiva a cambio del voto. La red asistencialista no puede ser desmontada de un día para otro. Y ningún partido opositor parece ser capaz de asegurar que dicho dispositivo seguirá funcionando durante el tiempo que demande la creación de las condiciones que lo hagan innecesario. “El MPN por lo menos me asegura la caja de morfi; los otros ni eso”, es un argumento práctico difícilmente refutable. Pero el poder, el verdadero poder, ese que hasta puede matar, se ejerce desde otra esfera de clientes, formada por una burocracia estatal técnicamente competente y políticamente leal. Son las segundas, terceras y cuartas líneas de la administración pública las que hacen que el MPN gobierne. La crítica habitual suele centrarse en la horda de ñoquis ágrafos que pulula en los pasillos del poder. Pero la clave no está ahí; está en la otra horda de abogados, contadores, ingenieros, médicos y técnicos de diversa laya que conocen al dedillo hasta el último procedimiento administrativo. De ellos depende que haya calefacción en las escuelas, algodón en los hospitales, plata en los cajeros, agua en las canillas, presos en las cárceles, y discos de Marité en su kiosco amigo. El Estado neuquino ha logrado un proceso de racionalización (en el sentido weberiano) realmente extraordinario; es un Estado corrupto, claro está; pero eso no niega su eficiencia como instrumento semi-autónomo, al servicio de sí mismo (el Partido) y de los también leales y poderosos clientes-proveedores. En los últimos años, en el mundo anglosajón se acuñó la expresión crony capitalism, que algunos traducen como “capitalismo prebendario”, pero que en realidad significa “capitalismo de camarillas” o, simplemente, mafia. El Estado neuquino, esto es, el MPN, calza justo en esta descripción. En el cosmos emepenista abundan las ofertas que nadie puede rechazar. La billetera generosa reemplaza eficazmente al fervor popular. Para decirlo con toda crudeza. El MPN se nutre de clientes hambrientos y que andan a pata; pero también de otros clientes que viven a puro Ruttini y calzan tremendas 4x4. Los primeros ganan las elecciones; los otros son el puntal del poder real; unos viven en tomas, los otros en clubes privados. Y todos, sin excepción, desposeídos o privilegiados, son mano de obra bien dispuesta para ejercer violencia parapolicial cuando las papas queman. Para quienes no necesitan la caja de comida, ni un puestito, ni nada por el estilo; es decir, para el medio pelo y para la población rústica, el MPN ha elaborado una crasa ideología de lo neuquino. Se cuenta que un candidato opositor de triste figura (ya parcialmente retirado), alguna vez le preguntó a un paisano: “Y Usted a quién va a votar, don Fermín”. “Al partido de Neuquén”, respondió el hombre, alelado ante semejante pregunta. Así es; para muchos, no hay vida fuera del Movimiento, por conveniencia o por ignorancia. Todo lo que es neuquino es MPN, y todo lo que es MPN es neuquino. Los demás, los revoltosos, los rebeldes, los insumisos, los que no son del MPN, seguro que son de “afuera”. Se trata, en resumidas cuentas, de un combo formidable que exhibe todo su poderío cuando arrecian las protestas sociales (especialmente las sindicales). El MPN se vale de todos los medios para mantener su hegemonía sobre cuerpos, bolsillos y mentes; a puro colchón, a pura coima, a pura propaganda. En tiempos difíciles, el Estado emepenista se revela como un caso de manual. No es sólo una sociedad política, una burocracia implacable y un conjunto de fuerzas represivas especiales; todo esto forma apenas la primera línea. Detrás de esta primera trinchera está el conjunto de organizaciones que constituyen la denominada “sociedad civil”, gestada (en la mayoría de los casos) desde el Estado mismo, a fuerza de subsidios y donaciones: fundaciones, sindicatos amigos, cámaras de comercio, cámaras hoteleras, asociaciones de productores, ligas de madres de familia, federaciones deportivas, iglesias apocalípticas y no tanto, medios de (in)comunicación, etc. Un gobierno emepenista puede tambalerar; pero el Estado permanece incólume, sostenido en buena medida por este abanico de gente “decente” que sólo quiere orden, rutas despejadas, hipermercados relucientes, maestros con vocación de ciruela y paredes limpias. La virtud, en términos maquiavélicos, consiste en obtener y, sobre todo, conservar el poder. En este sentido, el MPN es profundamente virtuoso. Y su virtud es tanto más visible por falta de una oposición que genere la certeza de que el cambio no sólo es necesario sino que también es posible y deseable. Curiosamente, la noción de “cambio positivo” ha sido gestada desde el propio MPN, en otra de sus conocidas y eficaces maniobras: ocupar al mismo tiempo el espacio del oficialismo y de la oposición. Y no sólo eso: el MPN es el único partido que no ha dejado de ejercitar sus músculos y aceitar su aparato mediante elecciones internas. Cuando la rosca de cúpula no funciona; las pujas se dirimen a fuerza de votos, y nadie (o casi nadie) saca los pies del plato. De algún modo, el MPN también ha logrado imponer su vulgata institucionalista. Aunque no ha vacilado en atropellar o cooptar cuanta institución se le cruza en el camino, siempre se ha presentado como guardián de la ley y el orden instituido. Esta prédica ha sido aceptada por gran parte de la oposición que, en tiempos recientes, por ejemplo, ha preferido resolver las cosas por medio de un quimérico juicio político en vez de salir a las calles a exigir la renuncia de un gobierno criminal, algo perfectamente legítimo a la luz de la experiencia del 2001 y de la más sana tradición de la teoría política. (Según la lógica institucionalista, cabe añadir, Moreno, Castelli, Belgrano, San Martín y el tambor de Tacuarí debieran ser repudiados por haber subvertido las divinas instituciones de la corona española y por no haber honrado las beatíficas leyes de Indias. ¡Juicio político al virrey Cisneros!). Por último, el MPN siempre se las ha ingeniado para hacer buenas migas con el poder central. A la Casa Rosada y los grandes grupos empresarios siempre les ha convenido apoyar, con mayor o menor agrado, a un gobierno provincial que les asegura unos votitos disciplinados y, sobre todo, un flujo sostenido de renta petrolera. Ningún gobierno nacional ha querido correr el riesgo de una rebelión exitosa en la granja que produce casi toda la energía que se consume en el país. El famoso lamento por el “caño” que se lleva hasta el sudor y la verborragia federalista son puro cuento. No ha habido centralismo más fervoroso que el del propio MPN. A fin de cuentas, si se lo piensa bien, el MPN no es ni tan popular ni tan neuquino como parece.
Publicado en el periódico (8300), “Provincia de Neuquén: atendida por sus propios dueños”, junio de 2007, Nro. 23. (ver www.8300.com.ar).

1 comentario:

Anónimo dijo...

fernando :tu articulo ni tan popular ni tan neuquino es dolorosamente cierto .pobre patria la nuestra .saludos .claudia