Hace un par de semanas terminé de ver Breaking Bad.
Heisenberg y Kurtz
Al tipo no le alcanza la guita. Labura de profe de
química en una secundaria de Albuquerque, Nuevo México. Hace changas como cajero en un lavadero de
autos y de vez en cuando, si algún
indocumentado falta al laburo, lo mandan a lavar los coches. Su esposa está
embarazada como de siete meses. Su hijo mayor, de dieciséis años, tiene alguna
discapacidad que lo obliga a andar con bastones. Un buen día, el tipo se
desmaya en el lavadero. Lo llevan al hospital. Le diagnostican cáncer de pulmón
y le dan pocos meses de vida. Para dejarle algo a su familia -ya saben: pagar
la bendita hipoteca, la universidad de los hijos, etc.- se asocia con un ex
alumno, un junkie muy paraonico, y
comienza a fabricar metanfetamina. Éxito total. Al poco tiempo, el archiperdedor
se convierte en un jefe de las drogas, pelea contra carteles mexicanos, contra
la mafia local, contra la DEA, contra unos neonazis bien blancos y malísimos,
etc. Ni rastros quedan del profe de química. Ahora ya no es Walter White; es
Hisenberg, el cocinero de la metanfetamina azul, la más codiciada del sudoeste
de yankilandia, y más allá de la frontera. Y es malo; se vuelve malo, recontra
malo. Y le gusta serlo. Es bueno haciendo el mal; y eso se siente bien. Listo.
Esto es Breaking Bad, una serie
adictiva como pocas. Me leí varios comentarios por ahí. Incluso del muy
progresista New Yorker. Todo bien;
hay una coincidencia: es la mejor serie de la historia. Según Anthony Hopkins,
que algo sabe del asunto, la actuación del tipo que hace de Heisenberg (Bryan
Cranston) es la más sublime que él haya visto. Lo que me llamó la atención es
que varios críticos, de pelajes diversos, dicen que en Breaking Bad funcionan las fantasías compensatorias. El tipo,
Heisenberg, se cree malo, se vuelve malo, y hace el mal, para olvidar que es un
perdedor. Por momentos, la transformación es tan grande que se llega a pensar
que todo es una pesadilla de Walter White. Bueno, no cuento el final. Pero sí
me quedo pensando en esto de las fantasías compensatorias y digo: me parece que
Breaking Bad es la fantasía
compensatoria del pueblo yanqui. Primero y principal: la serie no es la
historia de un buen tipo que de repente se ve obligado a actuar mal para salvar
a su familia; eso sería muy facilongo y la tele está repleta de estos casos. Ni
siquiera es el argumento maquiaveliano un poco más complejo de que el príncipe
debe aprender a no ser bueno y a obrar el mal. Y tampoco es la vieja historieta
de que el tipo siempre fue malo y finalmente salió a la luz su esencia. No,
tampoco. No hay esencias fijas acá. No. Breaking bad es un proceso de becoming, de volverse malo; y de ser
capaz de admitirlo, decirlo con todas las letras. Harto de ser bueno, cansado
de hacer el bien, Walter White se convierte en Heisenberg. Y esta es la
fantasía compensatoria de los yanquis. Creo que los tipos están podridos de ser
buenos. Mejor dicho; está podridos de tener que ser buenos, de hacer de buenos,
y no poder decirle libremente al mundo: “somos malos, nos hemos vuelto malos ¿y
qué?” En los años cincuenta eran los bobos consumistas que bailaban musiquitas
ligeras; en los sesenta y setenta eran los culposos y avergonzados asesinos de
vietnamitas y los nobles luchadores por los derechos civiles; en los ochenta
peleaban la batalla final contra el Muro y la Cortina de Hierro; en los noventa
se convirtieron en los únicos buenos del mundo, los únicos guardianes de la
paz, la libertad, la democracia, y todo eso. Y cada uno de sus sus sacrificios
fue por el bien de la humanidad; siempre por los demás, nunca por sí mismos.
Pero ya no quieren vivir esa mentira. En uno de los episodios suena el tremendo tema
de Townes Van Zandt, Waiting around to die, en un cover conmovedor de unas chicas canadienses: The be goodTanyas. Ahí está una de las claves. No vale la pena sentarse a esperar la
muerte inevitable: si la sentencia está dictada y la hora ha sido señalada,
conviene sentirse bien, y hacer el mal. Volverse malo. Y mientras más débiles,
más malos; y mientras más decadentes, más implacables. No hay imperios
bondadosos, ni imperialismos benévolos. Con
Breaking bad los yanquis pueden sentirse cómodos con la
idea de ser malos, de volverse malos, y les gusta esa idea. Ahora pueden decir
que matan afganos, bombardean escuelas iraquíes, despanzurran libios, descuartizan
sirios, aniquilan palestinos y otras lindezas más, porque les gusta hacerlo,
porque se sienten bien haciéndolo, y porque son buenos haciéndolo. Sin culpa.
Por fin se han vuelto amigos del horror y del terror moral, como les reclamaba
el coronel Kurtz en Apocalipsis Now.
Ya no juzgan ni se juzgan. Aprendieron la lección de la jungla: “juzgar
es lo que nos derrota”.
F.L. 09-12-2013
3 comentarios:
Brillante reflexión. También, como vos, llegué a Breaking Bad por recomendación y críticas, aunque voy por la tercera temporada (Gracias por no comentar el final). Y es cierto, es una excelente serie.
Abrazo
Muy buena crítica de la serie, se corre de ciertos lugares comunes que he leído, con una interesante perspectiva.
Coincido en muchas cosas, sobre todo en que la serie provoca (a mí, no sé realmente si a todos por estos lares) sensaciones encontradas de frustración-angustia-furia. Es, en ese sentido, rara la serie.
Saludos
Ladislao
'lo parióm Mendieta! Estoy como con Lost, que la vi luego de un año de finalizada la temporada para no ser el único extraterrestre en no haberlo hecho. Ahora me pasa con BB, todos hablan de ella, y encima tu comentario que lo único que logró es incitarme a verla ya!
Agendada para el verano. A downloadear se ha dicho...
Abrazo!
Gato
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